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España España · Oviedo
Voto de Gould:
10
Drama Un tiránico y manipulador productor de cine (Kirk Douglas), que ha caído en desgracia, pide ayuda a un director (Barry Sullivan), a una actriz (Lana Turner) y a un guionista (Dick Powell), a los que ayudó a triunfar, pero que tienen sobradas razones para detestarlo. Los tres le reprocharán su falta de escrúpulos para alcanzar el éxito sin reparar en las personas a las que traicionaba o engañaba. (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí no sólo una absoluta obra maestra sino, posiblemente, junto a “Cantando bajo la lluvia” (1951) de Stanley Donen y Gene Kelly y “La noche americana” (1973) de François Truffaut, la mejor película sobre el cine de toda la historia.

Ya desde la primera escena –empieza con un teléfono sonando y termina con los protagonistas en torno a un teléfono- la película nos atrapa por completo. Esa llamada, realizada por el otrora exitoso productor, ahora en decadencia, Jonathan Shields, permite abrir tres sucesivos flashbacks, cada uno contado por un personaje distinto, como tres películas independientes, en las que sus antiguos colabores, el director, la actriz estrella y el guionista relatan la traumática experiencia de haber trabajado con él.

Un guion perfecto de Charles Schnee -que obtuvo, faltaría más, el Oscar- de una complejidad e inteligencia descomunales, con unos antológicos diálogos, un gran trabajo de fotografía de Charles Schnee (que ganó otro Oscar) y la dirección artística y vestuarios (ambos Oscar) completan un cuadro técnico al que sólo le faltaba la mano maestra de Minnelli.

Su trabajo de dirección, tanto desde el punto de vista técnico como del trabajo con los actores es inmejorable. El director norteamericano lleva a cabo una puesta en escena rutilante, moviendo la cámara con enorme brillantez, siempre al servicio de la expresividad –como explica el productor al guionista cuando le tacha tres páginas de su guion y le dice: lo haremos con la cámara-, con unos suntuosos travellings totalmente necesarios para la narración -muy pocos directores sabían manejarlos con igual maestría, tal vez sólo Hitchcock o Welles, por citar viejos maestros-.

La película, envuelta bajo el ropaje y la gramática de un melodrama, es compleja, densa y llena de matices, sólo apreciables en una segunda o tercera revisión. Es también un minucioso y descarnado paseo por la intrahistoria del cine, sus miserias y grandezas, al tiempo que una prodigiosa, didáctica y detallada lección sobre todos los procesos de elaboración de una película. Pero, ante todo, es el relato absorbente de un fanático productor, genial y perfeccionista, cuya única pasión es hacer películas por encima de todos y de todo y de cómo ese trabajo agotador, vampírico, al que somete a todos sus colaboradores, les ha convertido también en mejores profesionales.

Resulta vano hablar del trabajo de los actores que aquí dan todo un soberano recital, en especial Kirk Douglas y Lana Turner con la parte del león. Pocas veces la expresividad algo histérica de Douglas casó tan bien con su personaje, y pocas veces Lana Turner tuvo un papel tan excelente para demostrar lo gran actriz que era. Sorprendentemente el único actor en recibir un premio por esta película no fue ninguno de ellos sino Gloria Grahame, soberbia en su papel de tonta esposa sureña, pero en un papel muy secundario.

La película subyuga y fascina a partes iguales, desde el primer instante en que nos agarra por el cuello, hasta el cierre genial confirmando una suprema, absoluta y totalizadora obra maestra del séptimo arte.
Gould
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