En el primer largometraje de Eisenstein aparecen ya buena parte de sus virtudes y algunos de sus más rechazables defectos. Es evidente que Eisenstein tenía una capacidad innata para dotar de enorme fuerza a sus imágenes. Su sentido visual y narrativo es encomiable, en especial en todos aquellos hallazgos relacionados con el montaje del que es un consumado maestro -vértigo, ritmo, montajes paralelos, constantes insertos en forma de metáforas visuales verdaderamente deslumbrantes, fotos que toman vida y hasta intertítulos juguetones- elementos estos que, al fin y al cabo, son los que perduran en este film y nos lo hacen todavía tan atractivo. Mucho menos atractivo y en bastante momentos sonrojantemente deleznable es el pedestre carácter pedagógico del film, inherente a tantos productos de propaganda, que caricaturiza del modo más ridículo y simplista a los propietarios de la fábrica, a sus informantes y sicarios -son gordos y sebosos, fuman constantemente puros, o tienen la mirada torva, y en todos la maldad anida en sus actos- e idealiza infantilmente a los proletarios. En todo caso, interesante film, aún noventa años después, con escenas muy destacables como la masacre de los trabajadores que muestra bastantes de los elementos que Eisenstein expondrá con mayor genio en futuros filmes.