Centrado en el mandamiento que ordena no robar, este episodio no se fija en el común robo de objetos, la sustracción de bienes materiales valiosos, sino en el de esencias de identidad y atributos de la persona, no por inmateriales menos reales por ello.

El caso escogido para mostrar esta clase de robo es el de una peculiar familia, compuesta aparentemente por padre, madre y dos hijas. En realidad, la hermana pequeña es hija de la hermana mayor, que la tuvo de adolescente, aún menor de edad. La abuela, todavía joven, se ha apropiado de la nieta como si la hubiera parido ella (eso dicen los documentos, falsificados para cubrir el expediente).
Llega un día en que la verdadera madre no puede más y se rebela, dispuesta a recuperar lo que considera suyo: la hija y la condición de madre.
Comienza un pulso difícil, que se carga de patetismo al estar una niña de por medio.

Este duro episodio indaga en las tiranías y abusos que alguna vez se dan en el interior de unidades familiares, aunque ante la sociedad se presenten como grupos normales y corrientes.

Drama tristísimo, los planos finales se ven con el corazón en un puño.