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Voto de Archilupo:
8
Drama. Fantástico. Terror En el Japón medieval, la madre y la esposa de un guerrero esperan su vuelta del frente. Sobreviven engañando a los soldados perdidos en los campos, a los que asesinan para luego vender sus pertenencias... (FILMAFFINITY)
22 de noviembre de 2010
58 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el primer minuto, “Onibaba” se presenta como una muestra de lo primitivo que late bajo la civilización. Y así es, tal cual.
Se presenta asimismo como un agujero que dura hasta hoy. Que podría estar llenándose de cadáveres hasta hoy.

El atractivo de la película es su apabullante fuerza visual, los planos compuestos con las vigorosas pinceladas de las masas vegetales, la revuelta pelambre de su contorno, el ritmo de su cimbreo constante, los focos hábilmente colocados para dibujar con blanco las figuras, en contraste con el cuerpo tenebroso de la fronda.

Tan elocuente es lo plástico que si se dispone de una concisa sinopsis se puede seguir la historia directamente en la versión original. Los concisos diálogos no encierran partes significativas del argumento: las voces, sus gritos y golpes de aire, funcionan como expresivo sonido, lenguaje animal, complemento supeditado a la imagen.

Con un mínimo de escenarios, la intensidad se acentúa hasta el paroxismo: hasta que un agujero en la tierra se convierte en el centro del mundo (como en los agobiantes cuentos de Poe, “El pozo y el péndulo”, “El gato negro”…); el agujero en cuyo fondo se amontonan esqueletos.
Es un mundo tal que una de las embrutecidas mujeres declara con plena sinceridad no haber visto nada realmente bello desde que nació.

Poco más que una choza en el pantano de un cañaveral que es como un animal vivo, una gigantesca piel que se agita y engulle a los humanos. Un animal tan hambriento como las dos mujeres en permanente busca de comestibles.

Se perdieron cosechas por las heladas tardías. El hombre fue a la guerra y no ha vuelto.

Están dispuestas a cazar samurais incautos que pasan cerca, sueltos, ricamente equipados: los otean y olfatean, casi hacen parada como un pointer. Donde un estraperlista, truecan la rapiña por saquitos de alimentos.

No hay ley en tiempos de guerra. El reglamento lo dicta la hambruna, gástrica y sexual, una lucha paleolítica por sobrevivir. Un perro es festín para cocinar en las llamas.

Sorprende el sexo a flor de piel, directo, sin envoltorios. Una salvaje energía circulando entre la vegetación ondulante: calor húmedo, mujeres desnudas. Se remueven mugrientas en el suelo de la choza pero las perlitas del sudor brillan en morse lujurioso.

Este microcosmos, de por sí áspero, primario, es tensado aún más por la plástica de la cámara, que corre como un animal por el pantano, chapoteando, enredándose en la vegetación, junto a las voraces figuras desnudas, y que aún incorpora algo más de horror al aparecer el samurai enmascarado, el misterio del rostro que se esconde bajo la careta demoníaca.
La máscara añade un elemento fantástico a un clima de terror que se derivaba de la mera realidad, reducida al grado bestial de la existencia, que no es poco terror.
Archilupo
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