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Voto de Archilupo:
7
7,0
204
Documental Este documental de la serie Elegías está dedicado al director ruso Andrei Tarkovski. (FILMAFFINITY)
10 de febrero de 2009
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el rodaje de “Sacrificio”, antes de serle detectada la enfermedad mortal, Tarkovsky aparece con su invariable expresión reconcentrada y algo remota. Mismo peinado, mismo bigote, misma mirada atenta. Cuando habla con el equipo sueco a través de una intérprete (“¡Una cosa más!”, dice a menudo, y parecía haber terminado), surgen en su rostro largas y marcadas arrugas, casi pliegues. En cuanto con la cara fruncida se pega al visor de la cámara para estudiar la escena, se comprende cómo ese gesto ha ido cincelando su fisonomía durante años de ver la vida (los objetos, la materia de la realidad visual) a través de una lente cinematográfica.
Es la postura habitual de un cineasta único y obstinado, a cuya figura de creador se aproxima Sokurov sin análisis ni psicologías, en tono grave y elegíaco semejante al del retratado, ensamblando libremente trozos de noticiarios, piezas documentales, fragmentos de películas y grabaciones televisivas, con evocador fondo de corales rusas y acordeón.

El narrador, una voz tenue, comenta pausadamente las imágenes, momentos sueltos de la vida de Tarkovsky que se alternan sin seguir hilo preciso ni orden cronológico: la muerte de la madre del pequeño Iván en el primer largometraje, la tumba de la madre del director en Moscú, los solemnes funerales de Breznev; la partida hacia Roma, cansado de las zancadillas de los estamentos oficiales y la inquina de los cineastas ‘palaciegos’, celosos de su talento; “Tempo di viaggio” junto a Tonino Guerra, mezclado con el color de fragmentos de “Nostalghia”, en especial la hipnótica secuencia de la vela en el balneario brumoso…
Estos últimos años, duros, en el exilio, reciben atención preferente, trenzados con ráfagas del pasado: la infancia aún con el padre (el poeta Arseni T.) en la casa familiar campestre, la de “El espejo”; los apartamentos de Moscú, uno con la madre, mientras estudiaba, otro con una esposa, una vivienda moderna y diáfana en la calle Mosfilm. Actor joven, dice bastantes frases en el guateque de intelectuales de “El puente de Ilyich” (1963), de Marlen Khutsiev.
Un video tosco registra los meses de trabajo en la isla de Gotland y en Estocolmo: imágenes de un hombre en su elemento, organizando la filmación desde los raíles del travelling, pendiente de una nube que vela la luz.
Otro video aún más pobre, pero impresionante, muestra cómo en el hospital parisino donde le trataban el cáncer dirige con parte de su equipo el montaje de “Sacrificio”. Ponga sus asuntos en orden, le había dicho el médico tras los primeros análisis.

Melancolía acentuada destilan las grabaciones de la TV francesa dando el fallecimiento en enero del 87; el lamento del violonchelo de Rostropovich sobre los paisajes nevados de la Madre Rusia, la recia casa de los antepasados en una aldea apartada…

Y, sin embargo, en París la tumba. Numerosos visitantes dejan sobre ella monedas acuñadas en Moscú.
Archilupo
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