Es difícil que los jóvenes de hoy, tan acostumbrados a los delirios visuales que permite la imagen digital, entiendan lo que significó Jurassic Park para los que la vimos de niños. Supuso que durante una época de nuestra vida soñáramos con convertirnos en paleontólogos y contáramos a todo aquel que nos quisiera escuchar que la vida se abría camino, que no reparábamos en gastos, que la visión del Rex se basaba en el movimiento, que cuando hay necesidad hay necesidad. Pero más allá de aprender de memoria los diálogos la película tuvo un impacto emocional en aquellos que, como yo, descubrimos que este mundo es un lugar misterioso y fascinante que un día estuvo dominado por unos bichos terroríficos y hermosos.

Jurassic World vale la pena en la medida en que logra rescatar algo de aquella emoción infantil, haciendo rugir de nuevo a ese Tyrannosaurus que habita en nuestros corazones. Y de acuerdo con que la historia es simple; que los personajes, sobre todo los secundarios, resultan planos (hay un malo malísimo, un millonario excéntrico, un científico loco y, por supuesto, un informático friki)... pero me da igual. Surgirán, como suele ser habitual, los listillos de turno siempre prestos a la hora de enumerar las debilidades del argumento y de la puesta en escena... Éstos tampoco me preocupan. Voy al cine a disfrutar, no a hacer una tesis.

Jurassic World hace olvidar la decepción que fue "el mundo perdido" y también a aquel telefilm de sobremesa que nos vendieron como la tercera parte. Además cuenta con un final que deja muy buen sabor de boca. Ah, y el Indominus rex da miedito.