El tercer acercamiento de Melville al tema de la ocupación –tras “El silencio del mar” y “Léon Morin, sacerdote” –, adaptando una novela de Joseph Kessel, le encuentra ya en la cima de su arte, plenamente dueño de su estilo. Lino Ventura interpreta a Philippe Gerbier, un ingeniero civil que es trasladado a un campo de concentración, donde enseguida tramará un plan de fuga.

Homenaje a la Resistencia, prescinde de cualquier elemento de exaltación patriótica, idealismo o deje sentimental. El ejército de las sombras aparece representado como un grupo de personajes trágicos, conscientes de su destino, enfrentados a una maquinaria casi invencible, forzados a adoptar los métodos de una banda criminal, todo con tal de prolongar la supervivencia, de continuar la lucha hasta el último aliento de vida.

El director narra con economía de recursos, incluyendo voces en off en momentos puntuales. Se preocupa de filmar los tiempos muertos, mientras que la violencia se desarrolla fuera de campo, el horror sólo se intuye. La sobriedad marca también la interpretación de los actores, encabezados por un gran Lino Ventura, dueño de una especie de aura, quien acierta a transmitir decencia en todos sus gestos.

Los héroes, inmersos en una contienda salvaje, antes que la vida, pierden el alma; su destrucción es moral antes que física. Por eso no hay espectacularidad; hay dolor, amargura, cansancio, voluntad inquebrantable, reflejada en unos rostros tristes, dignos. Hay una emoción punzante, no obtenida a través de trucos baratos, que nos alcanza de lleno.