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Voto de La mirada de Ulises:
5
Drama Wendy es una escritora de Manhattan que decide sacarse el carné de conducir mientras su matrimonio se disuelve. Para ello toma clases con Darwan, un refugiado político hindú de la casta sij que se gana la vida como taxista e instructor en una autoescuela. (FILMAFFINITY)
8 de julio de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wendy es crítica literaria y maneja la palabra con inteligencia. Pero se ha olvidado de vivir y de mirar a quienes le rodean, y quizá por eso ahora esté en trámites de divorcio en su matrimonio. Acuciada por a necesidad de abrirse al mundo y no permanecer encerrada delante de sus libros, decide aprender a conducir... y ahí es donde conoce a Darwan, profesor de una autoescuela -es sij y refugiado político- que la enseñará a ir por la carretera y por la vida. Básicamente esto es lo que nos cuenta "Aprendiendo a conducir", última película de Isabel Coixet y un paso más en su carrera hacia un cine cada vez más descafeinado. Lejos queda la sutileza, intimismo y poesía de títulos como "Cosas que nunca te dije" o "La vida secreta de las palabras"... porque después llegaron historias anodinas y convencionales, con sentimientos explícitos y algo burdos, con personajes banales y carentes de alma. Y en esa línea hay que situar esta película, aunque su tono optimista marque una diferencia.

A la cinta y a Coixet le salvan Ben Kingsley y sobre todo Patricia Clarkson. Son ellos quienes dan vida a esa pareja de extraterrestres que no se encuentran cómodos en la urbe neoyorquina, uno por pertenecer a una cultura diferente y otro por vivir en el mundo de las letras. Ambos se sientan en la parte delantera del coche para guiar sus vidas con un volante y unos pedales. Él dispone de un espíritu trascendente que le hace ser "un buen hombre", y ella de una capacidad de decisión que la ayuda a no frenarse ante los obstáculos. En la diversidad se entienden y sintonizan, y la culpa de esa complicidad la tienen los dos actores, magníficos y capaces de crear una atmósfera que la directora no ha sabido generar. Su planificación es anodina y su ritmo narrativo átono, y Coixet no consigue un solo clímax dramático ni emotivo, para discurrir todo a la espera de un final donde es evidente que Wendy aprenderá a conducir y a conducirse.

Por otro lado, la metáfora del coche como vehículo para la vida es simple y limitada en su obviedad. Interesante es la doble perspectiva para llegar al matrimonio, como acto concertado o como fruto del amor personal. Cuestión de cultura, y ahí está el resultado... pero ayuda a pensar. Gracias a Dios no desarrolla esa tesis porque el tono de la cinta es otro, más liviano y también más optimista. Y eso hay que agradecérselo, lo mismo que los apuntes cómico-irónicos que respiran algunas situaciones, aunque hubiera estado bien que enganchase al espectador por la vía de la emoción... y no lo hace. En definitiva, una película para ver a Clarkson y a Kingsley... pero no a Coixet, que parece haberse diluido en el mapa de las palabras de Nueva York.
La mirada de Ulises
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