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Voto de Néstor Juez:
5
6,4
575
Drama
Cada mes de enero tiene lugar el mismo festival en un pequeño pueblo de Macedonia: uno de los sacerdotes de mayor rango eclesiástico lanza una cruz al agua que un grupo de hombres ha de buscar. Se dice que aquel que la encuentre tendrá para siempre buena suerte en la vida y prosperidad. Sin embargo, este año es una mujer, Petrunija (Zorica Nusheva) quien tiene la suerte de encontrarla. Dado que vive en una sociedad basada en antiguos ... [+]
31 de enero de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya ha comenzado la andadura de este 2020, pero varios retazos de la cosecha pasada seguirán aterrizando en nuestra cartelera durante los meses venideros. Mayormente, títulos extraviados del extenso y cada vez cubierto mediáticamente y atendido por distribuidoras circuito festivalero. Un cine de nicho reducido pero fiel, caladero para todo tipo de producciones europeas, y escaparate para concienciar de trascendentes cuestiones sociales. Filmes que precisan como el comer de toda la difusión posible por parte de medios como este, pues su recorrido en taquilla suele ser infructuoso. La película que nos ocupa es uno de esos títulos que servidor tenía pendiente de la Sección Oficial de la Berlinale, habiendo sido presentada en la capital alemana hará casi un año. Es la macedonia Dios es mujer y se llama Petrunya, también vista en el Festival de Sevilla, donde obtuvo ex-aequo el premio a Mejor Actriz. Filme de atractivos temas y acogida positiva por parte de la crítica, por lo que me comprometí sin duda con la cobertura de su estreno pese a las reservas que suscitó a aquellos amigos que la vieron en la ciudad hispalense, dónde se proyectó una vez la había abandonado. Y si bien podemos sustraer reflexiones de valía, una severa tibieza fue la sensación que más me produjo el visionado de esta película. Una historia rica en valores humanos y de palpable fuerza dramática, pero que opta por conformarse con adecentar la fachada. Una película que prevees de pleno al leer la sinopsis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En un apartado pueblo macedonio se repite cada enero la misma tradición: un sacerdote lanza al río una cruz de madera, y aquel hombre que la atrape gozará de providencia y éxito durante el resto del año. Petrunya, una treintañera parada y depresiva, salta al agua y la encuentra. Sus vecinos y contendientes varones de la aldea rechazan su legitimidad para poseerla, pero ella se aferrará contra viento y marea a este símbolo de luz en un día a día sin oportunidades ni motivación. Un duro y conciso drama sobre los yugos patriarcales milenarios que aún deben derruirse en tantas culturas del mundo. Un drama social costumbrista que pone el foco contemporáneo en tradiciones que no habían sido cuestionadas hasta ahora. Una mirada a una geografía poco habitual en la gran pantalla con múltiples matices de riqueza étnica. Una película cuyo argumento presenta un claro interés sociológico, y lo afronta con verdad, fuerza y sin medias tintas. El filme ofrece un cuidado aspecto visual, de sobria textura fotográfica. Con muy pocas pinceladas, perfila desde el primer compás una poderosa protagonista femenina. Y el clima tenso y viciado de este ecosistema bruto encandilan al espectador, traspasando su opresión los límites de la pantalla. En definitiva, un drama naturalista con suficientes ingredientes para atraer a un público tanto veterano como joven, y con suficientes elementos textuales para inducir al debate. Bienvenidos estamos a que nos lleguen más ejemplos de cine macedonio, y seguir abriéndonos a la fascinante sociedad balcánica.
La historia es realmente interesante, pero todos los elementos y circunstancias del conflicto quedan introducidas tras la primera media hora. Sus matices se establecen rápido, y pocas evoluciones experimentan a lo largo del metraje. Y más allá de la soflama y el discurso social, la narración presentada no es tan sólo un producto estanco, detenido en seco en una localización desde el primer tercio hasta el final, sino también simple, un largometraje de lecturas muy claras y sin segundas interpretaciones cinematográficas cuya ejecución nos invite a saborear y ponderar al volver a casa. El filme adolece de un ritmo definido, lo cual provoca que el visionado se torne tedioso una vez comienza el prolongado encierro de Petrunya. Una película más llamada a atraer puntualmente la atención de instituciones durante el año de estreno y a hundirse en el lodo de la irrelevancia por los siglos de cinefilia.
Directa, viva y escasa, Dios es mujer y se llama Petrunya dice alto y claro su mensaje, pero desperdicia de manera conformista la oportunidad de ir más allá.
La historia es realmente interesante, pero todos los elementos y circunstancias del conflicto quedan introducidas tras la primera media hora. Sus matices se establecen rápido, y pocas evoluciones experimentan a lo largo del metraje. Y más allá de la soflama y el discurso social, la narración presentada no es tan sólo un producto estanco, detenido en seco en una localización desde el primer tercio hasta el final, sino también simple, un largometraje de lecturas muy claras y sin segundas interpretaciones cinematográficas cuya ejecución nos invite a saborear y ponderar al volver a casa. El filme adolece de un ritmo definido, lo cual provoca que el visionado se torne tedioso una vez comienza el prolongado encierro de Petrunya. Una película más llamada a atraer puntualmente la atención de instituciones durante el año de estreno y a hundirse en el lodo de la irrelevancia por los siglos de cinefilia.
Directa, viva y escasa, Dios es mujer y se llama Petrunya dice alto y claro su mensaje, pero desperdicia de manera conformista la oportunidad de ir más allá.