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Voto de depledger:
6
7,8
35.911
Drama
Un hombre camina por el desierto de Texas sin recordar quién es. Su hermano lo busca e intenta que recuerde cómo era su vida cuatro años antes, cuando abandonó a su mujer y a su hijo. A medida que va recuperando la memoria y se relaciona con personas de su pasado, se plantea la necesidad de rehacer su vida. (FILMAFFINITY)
2 de agosto de 2018
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Normalmente solo escribo una crítica cuando entiendo que lo que ya se ha puesto aquí se ha quedado a años luz de decir lo que una película ES, en mayúsculas. Y escribo pocas críticas, ya que en FA siempre hay uno o dos que lo clavan. En este caso, solo he encontrado los 2 tipos clásicos:
- “La peli es muy maravillosa, mucho maravillosa y la pera de maravillosa”. Este normalmente ayuda poco a cualquier cinéfilo, aunque tampoco quiero desmerecerlas. Algunas dicen cosas interesantes.
- “La peli es un bodrio. 2 horas y media de muermazo para gafapastas que van muy de intelectuales por la vida”. Este lo suelen escribir los que en 10 segundos ya han visto “todo lo que hay que ver en Las Meninas, vámonos a comer ya, que tengo hambre desde que entramos en el museo”.
No vamos a descubrir en 2018 que Wim Wenders sabe hacer cine. El modo en que él y su guionista construyen detalle a detalle una historia a base de ocultar otra, la capacidad para mantener siempre la intriga a pesar del largo metraje y el escaso ritmo, el uso de la cámara, la excelente fotografía etc. Todo esto lo sabe y lo detecta mejor que yo la buena gente cinéfila de por aquí. En el apartado técnico, esta cinta rebosa calidad.
Ahora bien, toda esa sólida construcción llega a un desenlace que
- “La peli es muy maravillosa, mucho maravillosa y la pera de maravillosa”. Este normalmente ayuda poco a cualquier cinéfilo, aunque tampoco quiero desmerecerlas. Algunas dicen cosas interesantes.
- “La peli es un bodrio. 2 horas y media de muermazo para gafapastas que van muy de intelectuales por la vida”. Este lo suelen escribir los que en 10 segundos ya han visto “todo lo que hay que ver en Las Meninas, vámonos a comer ya, que tengo hambre desde que entramos en el museo”.
No vamos a descubrir en 2018 que Wim Wenders sabe hacer cine. El modo en que él y su guionista construyen detalle a detalle una historia a base de ocultar otra, la capacidad para mantener siempre la intriga a pesar del largo metraje y el escaso ritmo, el uso de la cámara, la excelente fotografía etc. Todo esto lo sabe y lo detecta mejor que yo la buena gente cinéfila de por aquí. En el apartado técnico, esta cinta rebosa calidad.
Ahora bien, toda esa sólida construcción llega a un desenlace que
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
no solo no es creíble, sino que resta credibilidad a toda la película. El tipo tan majete que nos ha estado presentando poco a poco Harry Dean Stanton, condicionándonos para cuando llegue la hora de juzgarlo, resulta que era un maltratador posesivo que construye, junto con el guionista, el único relato de la película, ya que a la chica solo se le da voz para decir 4 chorradas. Y ese relato es: hice las cosas mal y tal, igual que tú, al fin y al cabo. Puede que yo te maltratara, fuera alcohólico y un celoso posesivo de una chica menor de edad, pero tú, cariño, no querías al niño, ese con el que te arruiné la vida solo para sentir que me amabas. Y encima cuando yo lo abandoné, a ti no se te ocurrió otra cosa que dejarle seguir viviendo con sus tíos (lo dice literalmente) y encima te hiciste puta (esto no lo dice tal cual pero lo insinúa todo el rato desde esa atalaya que le da el guionista para ser el relator oficial). Así que, cariño, estamos al mismo nivel. Lo mejor es pasar página y que tú te responsabilices del chaval mientras yo me voy por ahí a beberme Texas (fucking real), algo que evidentemente no se va a ver en la peli. La peli acaba conmigo ahí conduciendo el coche, muy chulo yo, en plan héroe texano que ha alcanzado su redención al “reunir lo que separó”.
Todo esto no es que se diga literalmente. Simplemente son juicios de valor que subyacen al discurso de Dean Stanton. La película no te permite que tú, mientras ves a Travis conduciendo en el plano final, con esa fantástica banda sonora de fondo y tras haberte enamorado toda la película con ese redescubrimiento de la paternidad y de esa maravillosa reconstrucción de la relación con su hijo, pienses “pues menudo miserable, ¿no?”. Ni siquiera que meramente constates las miserias de un humano, demasiado humano, condicionado por su entorno desde que nació (como sí te permite hacer Coppola con Michael Corleone, por ejemplo). No, al final de la película, Travis solo puede molarte mucho. Y eso es lo que nunca debe hacer un cineasta. Un cineasta debe hacer como Gillo Pontecorvo en La Batalla de Argel: dejar todas la opciones encima de la mesa, con sus virtudes y defectos, para que tú escojas lo que te dé la gana, sin haberte condicionado con excesivos posicionamientos morales (que por otro lado nunca pueden reducirse totalmente a 0). Como la vida misma, vamos, en la que nadie viene jamás a darte argumentos suficientes sobre si tal o cual persona es buena o mala. En la vida real no es nada sencillo hacer eso.
Mención aparte merece el chaval (¡de 8 años!) en lo que a la credibilidad emocional de la película se refiere, con esa capacidad para entender todas y cada una de las complejas situaciones de los adultos que le rodean sin rechistar, y ponérselo a todo el mundo muy fácil.
Espera horas y horas calladito sólo en un hotel, en la puerta de un puticlub, donde sea. Y al final no tiene dentro más que una montaña de amor para descargar sobre los padres que le han abandonado durante 4 años. Así da gusto abandonar a un niño, oiga.
Todo esto no es que se diga literalmente. Simplemente son juicios de valor que subyacen al discurso de Dean Stanton. La película no te permite que tú, mientras ves a Travis conduciendo en el plano final, con esa fantástica banda sonora de fondo y tras haberte enamorado toda la película con ese redescubrimiento de la paternidad y de esa maravillosa reconstrucción de la relación con su hijo, pienses “pues menudo miserable, ¿no?”. Ni siquiera que meramente constates las miserias de un humano, demasiado humano, condicionado por su entorno desde que nació (como sí te permite hacer Coppola con Michael Corleone, por ejemplo). No, al final de la película, Travis solo puede molarte mucho. Y eso es lo que nunca debe hacer un cineasta. Un cineasta debe hacer como Gillo Pontecorvo en La Batalla de Argel: dejar todas la opciones encima de la mesa, con sus virtudes y defectos, para que tú escojas lo que te dé la gana, sin haberte condicionado con excesivos posicionamientos morales (que por otro lado nunca pueden reducirse totalmente a 0). Como la vida misma, vamos, en la que nadie viene jamás a darte argumentos suficientes sobre si tal o cual persona es buena o mala. En la vida real no es nada sencillo hacer eso.
Mención aparte merece el chaval (¡de 8 años!) en lo que a la credibilidad emocional de la película se refiere, con esa capacidad para entender todas y cada una de las complejas situaciones de los adultos que le rodean sin rechistar, y ponérselo a todo el mundo muy fácil.
Espera horas y horas calladito sólo en un hotel, en la puerta de un puticlub, donde sea. Y al final no tiene dentro más que una montaña de amor para descargar sobre los padres que le han abandonado durante 4 años. Así da gusto abandonar a un niño, oiga.