Martin Scorsese reinterpreta sus grandes películas de mafiosos en forma de comedia negra: un amoral tiburón financiero se entrega a todo tipo de ostentosos excesos, pero esas barbaridades aparecen diluidas en un negrísimo sentido del humor.

Una vez más, las figuras que interesan a Scorsese no son las buenas personas sino los cabronazos. Eso sí, carismáticos (en el fondo seguro que el protagonista conecta con inconfesables fantasías masculinas de apetitos desmedidos e insaciables).

Aunque ya parte de un guión muy bueno (obra de un guionista de Los Soprano) es de admirar la dirección de Scorsese, hiperactiva y ultravitaminada. No debe de resultar sencillo filmar una orgía con cientos de extras, y es mérito del veterano director hacernos creer que todos los excesos mostrados son reales y verídicos (¿increíble que exista un sujeto así? Bueno ¿no existe también José María Ruiz-Mateos?).

Sería una obra maestra si fuese menos elefantiásica y durase menos de tres horas (se insiste mucho en que DiCaprio carece de límites morales, cosa que está clara desde el inicio). Pero con todo estamos ante una muy buena película.