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España España · Ferrol
Voto de Sahar:
9
Drama Charlotte es una famosa concertista de piano que ha estado tan volcada en su carrera que no ha visto a su hija Eva en siete años. Eva, que vive con su marido, un pastor protestante, y con una hermana gravemente incapacitada, mantiene con su madre una relación de amor-odio. Después de tantos años, Charlotte decide ir a visitarlos, pero el encuentro pronto se convertirá en un tenso duelo entre madre e hija. (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2007
165 de 171 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “Sonata de otoño” Bergman plantea esencialmente el problema de no saber vivir, porque para eso no basta con existir, sino que el saber desenvolverse emocionalmente exige un talento que no todos tienen.
Y como algunos (o muchos) no saben relacionarse, fingen que saben: conocen los ritos, las normas y los ceremoniales de lo que debe ser la conducta adecuada, pero no sienten nada de lo que dicen dentro de esa corrección que es puro fingimiento y pura simulación, causando sin querer un daño indescriptible en otros, sensibles y menos preparados para el gran teatro de la vida, que se dan cuenta de esa hipocresía afectiva.
Produce tal dolor el ver que tu madre no te quiere (sino que sólo lo aparenta con fórmulas y recetas), que esa insatisfacción te lleva a pensar que es imposible que otros te puedan querer de verdad, y ese abatimiento también te lleva a creer en la existencia de realidades que van más allá de los limitados sentidos (Dios y sus planes… pues de alguna forma hay que darle “forma” y sentido a nuestro desconsuelo para hacerlo soportable). ¿Cómo no creer eso y más, cuando todo lo que percibes de quien más debería amarte es vacío, falsedad y egoísmo sin límites?
Son tremendos esos primeros planos que comparten Ingrid Bergman y Liv Ullmann, tan cercanas físicamente, pero tan alejadas emocionalmente pese a ser madre e hija.
Y es CINE CON MAYÚSCULAS esa larga confesión nocturna en la que se dicen amargas verdades, entre el alcohol (que aporta sinceridad, o al menos valor) y esas velas que le dan un toque ceremonioso e importante a la situación.
Pero, ¿sirven de algo esas regurgitaciones aparentemente purificadoras, ese emborracharnos y vomitarle todo al otro? ¿está la sinceridad en una noche etílica…?
La película da a entender que la mayor sinceridad está en los momentos de soledad con uno mismo, y también que todo seguirá un poco igual: la madre seguirá siendo una egoísta, y la hija seguirá disculpándola y culpabilizándose a sí misma, en esa eterna niñez en la que vive inmersa, y que le impide cuestionar o censurar a su madre.
Ése es otro de los grandes temas: la inutilidad del paso del tiempo para crecer o desarrollarse (esas coletitas de una muy talludita Liv Ullmann…).
Y en este punto ya me callo y dejo hablar al propio Bergman (por boca de Ingrid): “Nunca he crecido, aunque mi cuerpo y mi cara hayan envejecido. Tengo recuerdos y experiencias, pero dentro de todo eso es como si no hubiese nacido.”
La gran incógnita que para mí deja la película es si aquellas personas que causan aflicción por no saber entregarse, también terminan sufriendo al saber el dolor que han causado con su egoísmo, o si simplemente continúan con su fingimiento, simulando pesar cuando conviene simularlo, igual que aparentaban amor cuando tocaba aparentarlo.
Porque quien finge alegría, ¿por qué no va a poder fingir pena y arrepentimiento?
El que no siente nada, puede hacer ver que siente cualquier cosa...
Sahar
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