Haga mucho frío o mucho calor, quemándote la piel entre las dunas u oyendo como crujen tus articulaciones heladas cuando pisas hielo, tu cuerpo sólo pide paz.
Y aquí tenemos el caso de una tipo duro del Western llevado por su espoleado caballo famélico a un frío invierno un siglo después. Cambia la brizna de paja en la boca por un coletero y el sombrero por el gorro de lana y tendrás a la niñita insolente de Valor de Ley delante de tus ojos.
No quiero decir que la película en su totalidad me recuerde a los viejos caballistas con la sombra de sus manos sobre sus revólveres y los ponchos tocando el suelo agrietado de Almeria, pero sí los matices, sí, la falta de esperanza y las violentas conversaciones, sí, los tipos duros y las leyendas de bandidos, buenos con sus armas, sí, los paisajes del sur, sí, el folclore y los caballos hambrientos, sí, el alcohol y los muertos mutilados, cuervos y banjos, sí, el frío que quema como el atardecer del sol del Oeste