La sutileza de Martín Cuenca radica en ese humor, ibérico y 'buñuelesco' que recrea un tipo de historia de normalidad trasgresora. Poniendo en entredicho el acomodamiento del espectador, con una pulcra fotografía y un aséptico ambiente, el director nos invita a entrar en la cruel mediocridad de una vida desesperanzada que no logra arrancar, que no despega de sus anhelos para hacernos copartícipes del efecto de acción-reacción-repercusión que muchas veces no logramos analizar ni interpretar en su totalidad. Las ganas de sentirse vivo al protagonista le sale caro, pero su juego final no tanto. El guion vivaz y melifluo es contundente cuando con giros veristas nos llevan entre los meandros de sus tramas. Fluye, con alevosía, y nos planta ante unas interpretaciones sublimes, desgarradas e impactantes, con un Javier Gutiérrez que comanda una troupe disfuncional en su realidad pero moralmente incapacitada a sentir la culpabilidad de sus acciones. Esa moralina que tan bien Martín Cuenca nos plasma, que ni el Valle Inclán más sonámbulo tendría en mente. A destacar esa televisiva y frugal cabecera que añade calidad a esta cinta.