Me resulta un tanto difícil emitir una opinión o construir una crítica de esta película de Ingmar Bergman por considerarla yo, personalmente, una de las mejores cintas del cine de todos los tiempos. Diré que la he visto docenas de veces y siempre encuentro nuevos matices y angulaciones en esta historia. El relato trata sobre el viaje del profesor Isak Borg, un eminente médico que ha de desplazarse a Lund para recibir el Doctorado Honoris Causa por su universidad. Sobrecogido, tras un sueño en el que contempla su propio cadáver como anticipo de su muerte, Borg decide hacer el viaje en coche en vez de en avión como estaba previsto, tras una curiosa discusión con su ama de llaves, que hace pensar más en una esposa que en una criada.

A ese viaje le acompañará espontáneamente su nuera que acaba de abandonar su casa, tras una discusión con su marido que se niega a tener el hijo que ella lleva en su seno. En este punto merece destacarse la Magistral, con mayúsculas interpretación de Victor Sjöstrom (que le valió un premio a la interpretación en el Festival de Berlín de 1958), que nos mete de lleno en su personaje. Le acompaña en perfecta armonía interpretativa la bellísima y elegante Ingrid Thulin, su nuera en la historia.

Durante el viaje se detiene en la casa de verano donde pasaba las vacaciones cuando era niño; y allí, entre ensoñaciones rememora aquella época feliz de la infancia y la adolescencia y presencia entre sueños la relación de su primo con su prima Sara, a la sazón su amor de juventud, justo en el lugar donde crecen las “fresas salvajes” que Sara recoge para agasajar a su tío en su cumpleaños. En este momento del film, despierta reclamado por una joven idéntica a su prima Sara (Bibi Andersson que está también genial) que hace autoestop junto a otros dos muchachos de su edad. Entonces reinician el viaje y montan en el grande y viejo auto en que viajan a los tres autoestopistas. Esta circunstancia hace rememorar al viejo Isak Borg su amor de juventud, su prima, encarnado en la joven viajera. En el transcurrir del trayecto, las ensoñaciones, la visita a su anciana madre, la interesantísima conversación con los dependientes de la gasolinera del su pueblo natal –“nunca debí irme de aquí”- (donde interpreta uno de sus primeros papeles el gran Max von Sidow), las conversaciones con los tres jóvenes autoestopistas sobre la ciencia y la religión, en fin, y algún episodio aislado pero muy interesante en un fortuito accidente de tráfico sin mayores consecuencias.

Este mosaico de reminiscencias del pasado e incidencias que incluyen el recuerdo de su difunta esposa, su profesión, etc., hace que el Dr. Borg vaya haciendo una “revisión de su vida” y, paulatinamente, cambiando internamente, desde la pedantería, el egoísmo, el racionalismo y su tendencia a centrarse en sí mismo, a otro estado de ser, en el que va poco a poco convirtiéndose en una persona más comprensiva, cariñosa, desinteresada, humana y generosa.

La película narra, en definitiva, una reconciliación del personaje mayor con la vida, un viaje a su propio interior y un aprendizaje de la vida en su edad provecta que hace emerger en él lo mejor de su ser en una especie de terapia azarosa, fortuita, provocada en el transcurrir por ese viaje iniciático hacia Lund. Importa, y mucho también en este proceso, la cariñosa amistad que recibe de los tres jóvenes que ha montado en el auto y en los que encuentra no sólo amor, sino también el debate entre la religión y la ciencia.

Si alguien quiere entender la vejez como punto culminante de la vida, si alguien quiere entender la importancia de “revisar” la vida para reconstruirla y así poder “integrar” aspectos que habían quedado deslavazados a lo largo de la existencia, debe ver obligatoriamente esta joya de la cinematografía de todos los tiempos.