En todos los aspectos, «Cenicienta» es el cuento de hadas más conocido y, probablemente, el preferido de todo el mundo, siendo un relato muy antiguo y a la vez, aleccionador.

Fui a la versión de este relato -bastante fiel al relato original- con mis padres y hermanos y quedé profundamente impactado, sobre todo por el mal trato y la injusticia a que era sometido el personaje de Cenicienta. Dicen que la ‘percepción de injusticias’ como revulsivo personal es una capacidad muy antigua en el desarrollo humano. Y en verdad yo no tendría en ese entonces más allá de cinco años, y ya me sublevaba tanta iniquidad.

Cenicienta es una hermosa y bondadosa joven, maltratada por su madrastra y hermanastras que la obligan a los trabajos más serviles de la casa. La cosa se precipita cuando el hijo del Rey celebra un gran baile. Las hermanas asistirán con la ayuda de Cenicienta en sus arreglos y vestimenta, a ese gran baile, pero la Cenicienta, no. Tras el llanto de Cenicienta por no poder ir, el hada buena se compadece y facilita que acceda a la fiesta convirtiendo calabaza, ratones y otros en carroza, pajes, caballos y demás. El resto es bien sabido seguro por todos los lectores de estas líneas que habrán leído el cuento. Concluye con la boda de Cenicienta y el Príncipe. Final feliz pero con enseñanzas. Veamos.

Siguiendo a Bettelheim y su conocida obra “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” diré que esta historia deja sentado que Cenicienta no habría llegado a ser la esposa del príncipe si primero no se la hubiera humillado y convertido en una criada. El relato lo que predica a las claras es que para conseguir una identidad personal completa y autorrealización a un nivel superior, se necesitan dos tipos de progenitores: los padres buenos de los primeros años y, más tarde, los «padrastros» que imponen exigencias educativas «duras» y «difíles» a los niños, como es conocido. Estos personajes antagónicos son los que dan pie a la historia de «Cenicienta». Si la madre buena no se convirtiera con el tiempo y cuando los niños son ya mayorcitos en la madrastra exigente (la frustradora, la educadora, la mamá que educa), los pequeños no se verían obligados a desarrollar una identidad separada, ni a descubrir la diferencia entre el bien y el mal, ni a actuar con iniciativa y autodeterminación, etc. De ello son testimonio en el cuento las hermanastras, hijas malcriadas para las que la ‘madrastra’ sigue siendo la madre buena e indulgente a lo largo de toda la historia, siendo que éstas no consiguen evolucionar en ningún sentido; son tan sólo un caparazón sin contenido. De hecho, «Cenicienta» traza el camino hacia un desarrollo de la personalidad, necesario para conseguir la plenitud, presentándolo a la manera típica de los cuentos de hadas, para que toda persona pueda captar lo que tiene que llevar a cabo para convertirse en un ser humano total. Es una tarea compleja y de peso, pero ese esfuerzo puede conducir a la felicidad.

Si la historia es interesante, esta cinta pertenece al mejor período Disney, con unos dibujos de maravillas y una luminosidad y belleza increíbles en la animación. De hecho, la película se beneficia de avances técnicos importantes en relación a obras anteriores como "Blancanieves" (1937), "Fantasía" (1940) o "Bambi" (1942). Demostración inequívoca de que Disney tenía sobrado ingenio para narrar un cuento de hadas clásico.

Película muy emotiva, que toca la fibra sensible y nos hace pensar a niños y mayores. Excelentes canciones y números musicales ejemplares. Esta entrega de Disney conserva la magia, logra que vuele nuestra imaginación y es probablemente la mejor adaptación realizada del cuento a fecha de hoy.