Una noche con luna llena, una mujer asesina a tiros, casi a bocajarro, a un hombre en el umbral de su casa. La señora alega defensa propia ante un intento de violación.

El caso es llevado por un abogado amigo de la familia. La cosa parece clara hasta que aparece una carta que compromete el caso.

Está basada en una obra de Somerset Maughan quien proporcionó una jugada potente, a partir del cual Howard Koch elaboró un guion compacto.

William Wyler hace una de sus más reconocidas películas. Destacan la perfección de su dirección, una expresiva fotografía de Tony Gaudio (B&W), excelente música de Max Steiner y la enorme figura de Bette Davis en un papel que parece hecho para ella (acompañan más que mejor actores como Herbert Marsall, James Stephenson y Sen Yung en el rol de empleado oriental de franqueza iluminadora).

La Davis interpreta con un excelso nivel y maestría el rol de una fría y calculadora mujer, esposa del propietario de una plantación, y una carta comprometedora echará por tierra la versión que sobre los hechos hace la protagonista.

Una historia malvada tejida con miras a sus efectos dolorosos. Y el Sr. Wyler que construye una película en ese tenor. Con infinito instinto, creando la atmósfera oscura y húmeda de Malasia, el país del caucho, donde se desarrolla la trama. Una cámara que habla con más elocuencia incluso que los propios personajes.

Pero ocurre que ni es drama en esencia pura ni la “película de juicios” en sentido estricto, alcanzan su cima, lo cual tal vez le restó en su momento un mayor reconocimiento. No obstante, gustó mucho a la crítica y al público, aunque no fuera premiada con ninguno de los seis Oscars a los que estaba propuesta.

En esta cinta hay escenas planificadas por un arquitecto del encuadre. Wyler era ese arquitecto y “La carta” su edificio.