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España España · Granada
Voto de Kikivall:
7
Drama. Romance Jean es una buena persona: buen albañil, buen hijo, buen padre, buen marido. Un día, conoce a Mademoiselle Chambon, la maestra de su hijo. Él es hombre de pocas palabras, ella pertenece a un mundo muy distinto, pero la fuerza de sus sentimientos es tal que los desborda. (FILMAFFINITY)
22 de septiembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean (Vincent Lindon) es una persona cabal y buena persona; albañil para más señas, buen hijo, padre excelente, gran esposo. Pero quiere el ‘sino’ que un día se tropiece con Mademoiselle Chambon (Sandrine Kiberlain), a la sazón maestra de su hijo. Él es hombre de silencios, ella, mujer solitaria perteneciente a un mundo muy diferente. La cuenta cómo la historia fuerza de sus sentimientos suba tanto de nivel que viene a concluir en algo que los desborda. Mutua atracción, difícil asunto, pues la señorita Chambon es culta, ligera, inteligente, una mujer muy diferente a la que duerme cada noche junto a él. Pero es así el amor, según dicen.

Interesante película esta de Stéphane Brizé, que sabe hacer un cine de pausas, silencios, guiños, ternura, fantasmas cotidianos con que la vida nos obsequia a cada rato. Y es que con Brizé, ricos y pobres tienen ya –tras la ‘Nouvelle Vague’- el mismo derecho al amor burgués, aunque alguna de las partes no lo sea, una historia de amor que empieza con el rugido de un taladro eléctrico.

El protagonista es un obrero con inquietudes, eso sí (Vincent Lindon), y ella, maestra itinerante; personajes rendidamente enamorados por la perfecta unión entre la artesanía y la cultura de una ventana y un violín, músculo y música: sin duda dos formas de melancolía. Todo ello teje una urdimbre fruto de un breve encuentro alrededor de la música y la palabra, que nos obsequia con dos escenas sustanciales y certeras: el enamoramiento y la traición encarnada en dos mujeres. Lo que deviene gesta excesiva para un albañil que sin duda se halla perdido y muy lejos de su obra.

El guión bien trabado de Stéphane Brizé y Florence Vignon es adaptación de una novela de Eric Holder, de título homónimo. Se desarrolla la historia en un pequeño pueblo donde la vida de un hombre se siente empequeñecida, lo cual sirve para construir una idealización de lo romántico, una exaltación en forma de evasión hacia lo inexplorado, todo respiran en las ansias de un operario desconcertado y una maestra poco sociable y de pasado melancólico. Ella y el canto de sirenas que desprende, arrastran a un hombre que vivía en calma chicha afectiva, a un precipicio de amor imposible. Brizé se acerca a la interioridad de los personajes para, a través de sus titubeos y el lenguaje taciturno de sus cuerpos encontrándose, adentrarse en el lento germinar de un sentimiento que crece entre ellos de forma callada e irrefrenable. Es una especie de minimalismo expresivo que alimenta una trama de suspense, obra maestra del laconismo romántico: sonido directo, alternancia de sigilos y ruidos, conversaciones sobrias.

El reparto está muy bien elegido pues sus personajes, encarnados por un eficiente Vincent Lindon y una maravillosa y etérea Aure Atika sacan lo mejor de sus respectivos repertorios.

Acertada la música de Ange Ghinozzi (cuando el film ha terminado, mientras desfilan los créditos, escuchamos cantar la gran Barbara ‘Quel joli temps’). Buena la fotografía de Antoine Héberlé, que acierta a captar el clima del film.

Película poética, ligera, con un sensacional uso del pasaje entre escenas, pero ensordecedora en su fondo pasional a lo Madame Bovary. Él se siente silenciosamente culpable, asfixiado, con un proyecto de infidelidad que es al mismo tiempo ensimismamiento, con la paz de su familia mirándolo por doquier. Apenas las lágrimas dibujadas con delicadeza en los rostros de los amantes cuando se acerca el punto álgido aportan cierto estremecimiento que sintetiza el tenor del conjunto de la obra.
Kikivall
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