Allá por 2001, en pleno caos económico y político en la Argentina, sale la primer entrega de esta taquillera saga. El efecto fue inmediato, todos los chicos querían ir a ver esta película. Ese año mostraba salas de cine repletas de niños y niñas, asombrados por las esplendorosas escenas del film, haciéndoles recordar a los más grandes, lo felices que eran en sus primeros años de vida, cuando cualquier imagen podía transportarlos inmediatamente a nuevos mundos en los que deberían luchar contra los más feroces enemigos.

Ocho años pasaron de aquel día, y sin embargo, los chicos (ahora adolescentes, con las idas y vueltas que esa etapa de la vida implica), vuelven a ser esos niños incansables que se lanzan a la butaca desaforadamente, esperando que el mago saque su barita y de comienzo a una nueva aventura. Ansiosos por la acción, de a poco van entendiendo, que aquí no la encontrarán. Esta nueva entrega deja de lado la espectacularidad de las batallas, para adentrarse en los sentimientos de los personajes, y de esa forma "hacerlos" más humanos. A medida que avanza el film, esos niños enloquecidos, se convierten en personas maduras, que comprenden, que esta película no es más que una parada de un tren, el cual debe detenerse para cargar provisiones y alertar a los pasajeros acerca de lo que van a encontrar cuando lleguen al tan ansiado destino.

A mi me ha hecho efecto la poción que ha preparado el director, es más, estoy muy ansioso, esperando la llegada de la primera parte de la película final, y así poder volver a ser ese niño enloquecido que se lanza a la butaca, para olvidar el amargo sabor de esta sexta entrega y recobrar el espíritu que aquí no he podido encontrar.