El señor Kiarostami agarra su cámara y se sube a una colina; y te muestra unos planos fabulosos. Te lleva a un pedregal y te muestra la belleza de las piedras cayendo por un terraplén. Pero no sería un gran director si solo ofreciera imágenes bellas, que lo hace, sino que tiene una buena idea y la explota con sabiduría.
Me sorprende esta película porque iba para rollo infumable: un señor conduciendo un todoterreno y buscando algo. Y así se pasa buena parte del film. Sin embargo, poco a poco te enteras de qué está buscando, de cual es su problema. Todo está en lo cotidiano. En el peso de las dificultades que nos pone la vida del día a día: sucesos que son importantes para nosotros, pero para nadie más, y que son la esencia de la vida. Hay una filosofía sencilla en toda la cinta, nada ostentosa ni pedante (como en ciertos directores europeos), que tiene su reflejo también en la sencillez de la película. No es más que una situación común contada de una manera sencilla, lenta y pausada. Para muchos, acostumbrados a la acción desmesurada de otras películas, será un tostón, pero a mí me gusta mucho este cine de Kiarostami.