Asombra que una película con una trama en el fondo exigua y una duración tan extensa te gane desde el principio hasta el final.
Prescindo aquí de lo bien que está rodada, de la minuciosa interpretación, de los paisajes, y voy al fondo de la cuestión, que es de lo que trata el libro de Shusaku Endo, que Scorsese lleva a la pantalla con fidelidad y mucho arte.
La cuestión de fondo se aclara en la dedicatoria del final de la película: a los cristianos y sacerdotes de Japón.
Ha habido muchas persecuciones religiosas en la historia, pero la del Japón en el siglo XVII fue tan cruel y refinada a la vez que llevó a muchos a la apostasía. Ese es el drama que refleja Scorsese. No hay un tratamiento manqueo, pero está claro que su simpatías van hacia la gente menuda y corriente de Japón que se vio sometida a increíbles torturas.
No ocurría solo en Japón, claro. Pero esto es historia y la película la cuenta con una asombrosa capacidad de cercanía.
En una sociedad, la occidental, en que lo espiritual se deja de lado como si nada, esta preocupación de Scorsese por algo tan de fondo le honra.