Cuando una película recibe un 10 y un 1 hay que pensar que algo hay. Godard era un cineasta inteligente y aburrido, clarividente y denso, estimulante y payaso. La duda es qué porcentaje de cada cosa tenía.
Si se conoce todo o casi todo el cine de Godard se verá que se repite mucho, que dice muchas veces lo mismo, que ensaya los mismos trucos. Por ejemplo los diálogos de pareja, él y ella, que tiene su expresión máxima, y cargante, en Le mépris. Los muertos en la carretera se repite en Week end. Y así todo.
No puedo juzgar esta película de Godard sin acordarme, por ejemplo, de, para mí, la mejor: Vivre sa vie. En esa hay novedad, planificación fragmentada y profunda. En Pierrot solo hay juego. El mismo Belmondo, que tiene gracia en A bout de souflle, aquí está casi como caricatura. Y lo mismo le pasa a Karina. Emocionante en Vivre sa vie. Aquí es un tópico.
Imágenes típicas de los tiempos del arte pop. Llamativas pero vacías.
No importa la historia (lo repetirá en los años ochenta en Pasión, que es un bodrio completo).
Con todo como el cine, como todo, tiene una historia, esta es reflejo del cambio que se estaba dando en los años sesenta, en los que había una combinación magnífica de vanguardia y de memez. Pero era la moda, y Godard, oportunista, la sigue.
Dos años después de esta película se volverá maoísta con La Chinoise, (otra moda, los chinos de Mao pensaron que la película no valía nada)..Desengañado del maoísmo volverá al cine no-político, pero ya estaba acabado. Y es que, todo sumado, Godard cansa.