Cuando veo que a una película española le ponen dieces digo, esta no me la pierdo.
A la media hora me doy cuenta de que esta quizá tiene un público al que le va la mezcla de sofisticación algo perversa y ordinariez, que puede darse, del tipo de “Mi marido decía que el taxi era una prolongación de su polla”. Y un cierto fetichismo con la taza del vater. Además del pie, claro. (Las escenas del podólogo Nacho Duato dan pena). De ese público no formo parte.
Primera dificultad, ya clásica: no me entero de parte de lo que dicen algunas de estas mujeres, como sobre todo Nimri y un poco mejor Molina, a pesar de que me pongo auriculares. Al final hay un largo monólogo de Mimri del que no me enteré ni cascostes y se supone que allí iba el mensaje. Para que se vea que no es algo general, a Antonia San Juan se le entiende muy bien. Y a Vicky Peña. No digamos a Lola Dueñas, es una pena que no salga más y que tenga un papel tan desgraciado. El tiempo demostraría que es la mejor.
Digo yo que puesto a escoger mujeres podría Salazar meter a alguna algo normalita.
Las historias están muy desigualmente desarrolladas, centrándose sobre todo en la de Nimri. Es mucho mejor la de Antonia San Juan y Mónica Cervera, que finalmente se utiliza para lo más dramático del desenlace.
Eso sí, está bien rodada y tiene ritmo. Y un acierto las canciones escogidas como banda sonora. Como siempre, la Gran Vía, cuando sale, queda muy cinematográfica.
Para mí se queda en interesante, un poco menos que la media, y lejos de los entusiasmos.