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España España · MADRID
Voto de VALDEMAR:
4
Bélico. Drama En un pueblo inglés, Albert, el hijo de un granjero, ve nacer un potrillo. Poco después, su padre lo adquiere en una subasta, y el chico le pone de nombre Joey. Pero la familia se arruina y no tiene más remedio que vender el caballo justo cuando estalla la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Ése es el punto de partida de un viaje en el que tanto Albert como Joey lucharán por sobrevivir a la contienda y volver a estar juntos. (FILMAFFINITY) [+]
11 de agosto de 2012
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué has parido, Spielberg? ¡Menuda moñada imbécil!

La peli tiene buen reparto, una fotografía preciosísima, una puesta en escena brillante, un despliegue de medios abrumador, y, aún con todo, es la cosa más alelada, pueril, ridícula, simplona, cándida, trivial… etc, etc, que he visto en mi santa vida (después de La terminal, de Spielberg, también, que era aún peor). Este señor es un sensiblero irredento y cansino, que, además, creo, chochea con la edad, pero nadie como él para moverse por las trincheras. Si hay algo que le guste, más que los pasteles, son las guerras mundiales. En ellas, brilla y da esplendor.

Para buscarle sentido al argumento, pongo sobre la mesa la teoría peregrina de que Joey, el caballito protagonista, posee poderes hipnóticos, mediante los cuales consigue que los humanos hagan todo tipo de sandeces inverosímiles que a él le favorezcan. Si no, me expliquen ustedes de qué coño va esta película.

Resulta que un muchacho, de unos 18 años o así, en vez de hacer cosas de chicos de su edad, como perseguir mozas, que viene siendo lo más común, se obsesiona, insanamente, con un caballito muy mono. Su padre, el del muchacho, digo, que es un cojo imbécil y testarudo como una Mullan, aún sin tener ni idea de la obsesión de su hijo por el cuadrúpedo en cuestión, decide adquirirlo en una subasta por un precio desorbitado que no puede pagar.

Muchachos en la flor de la vida que sólo viven para el caballito. Soldaditos buenos y nobles que, en vez de escribir cartas a su novia o a su madre, se dedican a dibujar retratos del caballito. Enemigos en las trincheras que confraternizan y arriesgan la vida estúpidamente para salvar la del caballito. Médicos militares que dejan de atender a los heridos para limpiarle el barro al caballito. Granjeros que no tienen ni dónde caerse muertos, pero pagan un pastón por el caballito… Lo que yo te diga, el animalito hipnotiza e idiotiza.

Pero Joey no es el único que posee tales poderes, ya que conoce a un negro corcel cuyas habilidades sugestivas son más fuertes que las suyas y le hace probar de su propia medicina, consiguiendo que nuestro prota equino se coma los marrones que le caen a él. Todo esto adornado con una música machacona de altas pretensiones emotivas, que es como para echar la pota.

Desde aquí, quiero pedirle a Spielberg que deje de beberse el Mimosín, que eso es para echarlo en la ropa, hombre de Dios. Menudos efectos secundarios. El “caballo de batalla” le ha salido más hortera que el “Pequeño Pony”.

Mientras ves a toda esta gente tan buena y tan noble haciendo el memo, no puedes evitar descojonarte de ellos, así que, pese al metraje mortecino y papanatas, al final lo pasas bien (relativamente).
VALDEMAR
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