Esta es la historia de una atleta multidisciplinar que tiene un manager que es su dueño y señor. También tiene un novio, al que tanto ama que, cuando la mira, no da pie con bola.

Ni todas las películas antiguas son clásicos, ni todas las de Cukor son alta comedia, ni todas las del dúo Hepburn-Tracy son dignas de recordar. Ésta, por ejemplo, es una tontá gorda y arcaica que si no fuera por los protagonistas no me hubiera tragado entera. Además, contiene algún momento horrible, como ese en que la cara de Katharine aparece sobreimpresa en la de una yegua. La constante comparación entre la prota y la jaca es un poco de vergüenza ajena.