Esta película me ha recordado mucho a aquella clase de sexología, o sexualidad, o no sé como tuvieron las santas pelotas de llamarla, que recibimos en mi colegio mis compañeros y yo, durante el otrora 7º de EGB, allá por los 80. Nos explicaron que no podíamos mantener relaciones sexuales sin estar casados, que eso era pecado y además, imposible, y luego, para que no nos cuestionásemos tal lección, nos pusieron diapositivas de abortos, con unos espeluznantes restos de criaturas en trozos llenando papeleras de médicos malignos… y a un pobre niño, de la impresión, le dio un soponcio, y al verle desmayado y descalabrado llamaron a una ambulancia, y así acabó la pedagógica disertación. ¡Cómo les hubiese gustado disponer de esta cinta para, además, explicarnos que tampoco debíamos drogarnos ni hacer dietas milagro, que las carga Satanás!
La diferencia entre aquellos fariseos peligrosos y esta peli, es que el mensaje de la segunda sí es lícito y pertinente. Las drogas, como hábito, no aportan nada bueno, caray, esto es así... pero ya nos lo habían contado antes... y bastante mejor.

Yo tenía a Aronofsky por un tipo inteligente… supongo que por el nombre, que mola un wevo, pero el tío se ha hecho aquí una especie de cuento gótico narrado por Epi y Blas (pongamos que con buena intención), visualmente repetitivo y cansino, que llega a saturar casi más por su estética nerviosa y molongui, que por su obvia narrativa para estigmatizar parvulitos.

Cuanto más avanza, más se echa a perder y, al final, hasta se gangrena; qué pena.