Enrique VIII luce palmito bajo bóvedas de crucería y entre claustros de apuntados arcos.

La Historia aporta muchos datos sobre los amores de este inquieto monarca y sus intentos por engendrar un varón que le sucediese, así como, también, nos desvela que murió a los 56 años en estado de obesidad mórbida, pero claro, en las pelis esto no sale. Enrique VIII era un barrilete más feo que un pie sudado, pero suele representarse con la pinta de un modelo de gayumbos (véase, por ejemplo, Los Tudor).

En España somos más honestos. La prueba está en que ponemos a Gabino Diego para interpretar a Felipe IV, y claro, así nos va, no nos sabemos vender. Así que espero que en breve alguien haga una peli sobre Carlos III y ponga de prota al Noriega, paradigma de belleza masculina y talento interpretativo regulero, lo mismito que Eric Bana, que retoza vigoroso en esta peli con las bellas hermanas Bolena. (La rubia insípida, mucho mejor la morena) La fidelidad histórica del asunto es lo de menos, ya que, de hecho, es la adaptación de una novela, así que, qué más da. Esto es como Melrose Place, pero con empaque medieval.

Aparte de los insignes escenarios góticos y de los modelitos que ambientan la acción, cabe destacar a la siempre elegante Scott Thomas como mamá Bolena, y a Ana Torrent interpretando, con admirable dignidad, a la mancillada Catalina de Aragón. Curiosamente, pese a ser la única cuyo físico pega con la ambientación, lo cool del casting hace que la actriz desentone. Además, teniendo en cuenta que la Historia describe a Catalina como una mujer rubia de ojos azules, no sé en qué demonios estaría pensando el de casting, que se saltó su propio canon llamando a una mujer “normal” en vez de a la Pataky, que pegaba más, por aquello de ser otro paradigma de belleza femenina y talento interpretativo regulero.

Lo que no he entendido de la película es qué pasa con los respectivos primer marido e hijo de María Bolena. ¿Se los traga la tierra?