Él es un muchacho que sólo piensa en disparar, pero jamás hacia ser vivo alguno. Es un pistolas objetor de conciencia. Una tarde, de verbena con los amigos, conoce a una chica ligera de casquillos, y el amor surge raudo, como un tiro. Ambos son despedidos de su ocupación circense y han de buscarse el sustento con la única habilidad que tienen, así que se meten a Bonnie & Clyde, pero en versión insípida y melodramática, porque, a diferencia de los míticos bandidos, estos dos no lo pasan bien. Ella es de gatillo fogoso y él sufre de estreñimiento ante los alardes de su chica. Un sinvivir.

Pese a todo, hacen una pareja estupenda, muy dotada para el crimen. Ella es capaz de noquear a un policía de una colleja, a lo Pai Mai, famoso maestro de artes marciales, y él sabe disparar a través de los cristales sin romperlos, habilidad ésta tan increíble como práctica, porque si huyes en tu coche y te cargas la luna, pasas frío y te despeinas.

Para uno de sus golpes, la pareja se mete a trabajar en la misma empresa, no sabemos cómo ni cuándo. Si tan sólo buscan subsistir y tan mal lo pasan delinquiendo, ¿por qué no se quedan currando allí, en vez de atracar la oficina?

Si pasara por alto el hecho de que los atracos que perpetra la pareja son una chapuza de guión, me quedaría, todavía, otra razón para discrepar de la notaza de la que goza esta bobada, y es que, lejos de ser cine negro, esto es cine rosa, en tono pastel.

En mi opinión, a Lewis le sale el tiro por la culata.