Mezclas una peli de matones con un programa de Intereconomía, le pones banda sonora melosa, y te queda esta cosa.

En cualquier momento de la peli, el que sea, te puedes ausentar sin problemas a aliviar la vejiga, por ejemplo, y no te vas a perder nada. Quiero decir: si te meas en mitad de un atraco, cuando vuelvas seguirán atracando; si es en medio de una conversación, seguirán conversando sobre lo mismo y no habrán dicho nada relevante en tu ausencia; si te piras mientras dan una paliza a un tipo, al volver le seguirán zurrando; si alguien es asesinado, será a cámara superlenta y no te lo perderás… No es que la película sea larga, pero el caso es que cada secuencia dura el doble de lo que debería.

Me da la impresión de que Andrew Dominik no es que quiera hacer una buena película, sino una obra maestra, puro e insólito cine de autor, algo pasmoso… pero no lo consigue. Seguramente, porque el hombre se tiene a sí mismo por mucho más interesante y artista de lo que en realidad es. Así que la peli que le resulta es vulgar, muy común, con sus tropecientas palabrotas, su descarnada violencia, sus interminables diálogos, sus gánster, su todo, en fin, que sí, a lo Scorsese, o Tarantino o Ritchie, pero en peor, claro, sin personalidad ni brío.

Una de cine negro sofronizante, con fina estética cavernosa. Ideal para amantes del tocino, que es un alimento grueso que nada tiene que ver con la velocidad.