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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Thriller. Drama Arthur Fleck (Phoenix) vive en Gotham con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Actúa haciendo de payaso en pequeños trabajos, pero tiene problemas mentales que hacen que la gente le vea como un bicho raro. Su gran sueño es actuar como cómico delante del público, pero una serie de trágicos acontecimientos le hará ir incrementando su ira contra una sociedad que le ignora. (FILMAFFINITY)
15 de noviembre de 2019
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy fan de las películas contemporáneas de superhéroes –en su mayoría proponen un frenesí visual de montaje entrecortado y saturación digital, un poco ese parque temático del que habla Scorsese, que en esta época cinéfila de mi vida no me apetece demasiado– y, de hecho, de la trilogía de Nolan sobre Batman solo he visto escasos minutos en alguna emisión televisiva, sin que me animara a continuar. Esta vez, en cambio, me llamaron la atención las imágenes de un primerizo tráiler que parecían apuntar a otras direcciones y, desde luego, siempre resulta estimulante la presencia de Joaquin Phoenix, para mí el mejor actor norteamericano de su generación junto a Di Caprio.

Ya visionada, uno se da cuenta de que el León de Oro en Venecia no supuso ninguna excentricidad en cuanto a premiar a un subgénero que no se acostumbra, porque en definitiva no se trata de ninguna película de superhéroes, sino de un violento drama humano de carácter, para entendernos, netamente “realista”. Una historia que perfectamente podría cerrarse en sí misma y que en su esencia dramática remite más a la que fuera la inspiración para el cómic, “El hombre que ríe” (Paul Leni, 1928). De hecho, tal como está planteado el personaje en esta película (un ser atormentado, con graves trastornos mentales y no excesivamente inteligente), no parece en modo alguno que esté destinado a convertirse en un “genio del mal”, ni tampoco (por la citada mirada realista) en un supervillano archienemigo de un tipo que combate la delincuencia disfrazado de murciélago.

En este sentido, sin embargo, el guion sí juega una original baza en uno de los escasos momentos de conexión con el universo mítico reconocible por el público, como es la presencia de un joven Bruce Wayne y su padre. De una manera bastante subversiva, quien será el futuro héroe se muestra más bien como un niño repelente (o así lo veo yo), mientras que su padre aparece como el auténtico malvado de la función. Una inversión de roles que nos lleva al gran acierto de la confección del Joker, o mejor Arthur Fleck, donde se logra el fascinante equilibrio entre atracción/repulsión. Nos pueden producir escalofríos los actos a los que le lleva su locura y, sin embargo, empatizamos con su inmenso dolor, podemos comprender al hombre que habita en el monstruo.

Pero quizás el aspecto más interesante sea la manera de entrelazar la andadura individual con un contexto social donde reina el malestar y la opresión del sistema para con los más débiles y olvidados, de modo que personaje y situación devienen mutuas cajas de resonancia o vasos comunicantes, hasta converger en la espeluznante escena final (opino que habría sido un mejor cierre para la película dejarla en ese punto, sin el epílogo subsiguiente algo redundante y anticlimático). De manera honesta y adulta –y muy lejos de la pretendida apología de la violencia que tanto parecían temer los protectores del puritanismo norteamericano–, el film no juzga ni moraliza, y al actuar así tanto en lo individual como en lo colectivo nos invita a debatir sobre determinados fenómenos desde la complejidad ética que albergan, lo cual siempre resulta sumamente retador para la confortabilidad burguesa de pensamiento: Ley a veces puede significar injusticia y Orden a veces puede significar represión.

Pero si todo ello adquiere un valor artístico es, obviamente, debido a su plasmación cinematográfica. Un gratísimo descubrimiento para mí, puesto que no he visto ninguna de las anteriores películas de su director, Todd Phillips (aunque parece ser que también ha sido una sorpresa para muchos de los que sí conocen su filmografía). La sensacional fotografía y dirección artística nos sumergen en una desoladora, malsana y lúgubre atmósfera que se me antoja deudora del cine de los setenta de William Friedkin (ahí están las acongojantes y antológicas secuencias en el destartalado metro o las correrías entre la podredumbre de las calles) y nos transmite una expresividad emocional acorde con los sentimientos del protagonista, asfixiado también en la justeza de los encuadres. Con la apoyatura de una excelente banda sonora, oscilamos rítmicamente de forma muy medida entre la laxitud de la soledad y el ímpetu del estallido virulento.

Y, como no podía ser menos, no puedo concluir estas líneas sin adscribirme incondicionalmente el ya unánime elogio para la interpretación de Joaquin Phoenix, llamada a perdurar en la memoria de varias generaciones. Solo apunto que en mi caso, no obstante, dado lo que comentaba al principio sobre el hecho de que esta es una película sobre el Joker de los tebeos y el cine de la misma manera que podría no serlo (y prefiero la segunda lectura), y dado mi desconocimiento de la interpretación precedente de Heath Ledger en ese rol, mi admiración no nace de ninguna comparativa ni de ideas preconcebidas sobre cómo “debe ser”. Y debo confesar que me satisface más así, viéndolo como la creación autónoma de un hombre, Arthur Fleck, que nace ante mis ojos mientras contemplo la película. Porque, en definitiva, así me gusta el cine y así me gusta el arte, que me seduzca y me sorprenda ofreciéndome aquello que quiera ofrecerme, y no en cambiar valorarlo según se amolde a lo que espero que me ofrezca.
Quim Casals
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