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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Acción. Thriller En Nueva York, John Wick, un asesino a sueldo retirado, vuelve otra vez a la acción para vengarse de los gángsters que le quitaron todo. (FILMAFFINITY)
14 de noviembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las siguientes líneas no se ciñen a esta primera entrega de la serie, sino que se refieren a la –por ahora– trilogía, en tanto que por unidad formal, de equipo técnico y en buena medida artístico, y por estricta secuenciación argumental, las considero como capítulos de una misma obra.

Me recuerda “John Wick” al extraordinario prólogo de “Indiana Jones en el templo maldito”. Aquella sala de fiestas deviene un caos, pero el soberbio sentido de la planificación de Spielberg consigue que, al mismo tiempo que nos transmite dicha sensación, percibamos y comprendamos perfectamente cada detalle de todo cuanto acontece. Lograr esto es muy difícil. El cine de acción contemporáneo está repleto de escenas de las que nos acabamos distanciando y aburriendo sencillamente porque nos perdemos: yo, al menos, no entiendo muchas veces dónde están situados los personajes, quien dispara a quien, qué ha provocado una explosión, qué está sucediendo entre toda la parafernalia de efectos... Hago un aparte: en el fondo, si lo pensamos bien, armonizar fragmentos de imágenes para que el espectador los unifique mentalmente como un todo entendible, es la esencia misma del lenguaje cinematográfico.

Con “John Wick”, el ritmo en la acción es aún más frenético, pero la vorágine ultrarrápida de movimientos dentro de la imagen (v.g. Wick forcejeando con alguien, mientras sin mirar, como las asistencias de Laudrup, dispara a otro que se acerca por detrás, y al instante remata con varios tiros en la cabeza a otro más…), conjuntada con la precisión de cada plano y su perfecto ensamblaje rítmico, dan lugar a una milimétrica coreografía visual que no me puede provocar más reacción que quedar hipnotizado ante la pantalla. Es la admiración sin reservas ante el trabajo bien hecho.

Recuerdo entonces “Kill Bill”, también. No estamos en el “mundo real”, sino como aquella en un universo puramente cinematográfico, aquí una extraña cofradía mundial de asesinos, de la que poco a poco vamos conociendo sus excéntricas reglas (que en el hotel que sirve a la organización de centro neurálgico no pueda haber peleas da lugar a un divertidísimo gag en la segunda entrega). La hiperviolencia, por tanto, es “de tebeo”, de regocijo en la manufacturación de la mencionada coreografía, y ello presupone también la suspensión de la incredulidad, aceptando que un hombre solo abata a cientos. La rica paleta de la colores y la estilizadísima dirección artística me llevan también a pensar en las fascinantes composiciones cuasi abstractas de Winding Refn.

La trama va al grano, y eso se agradece en una propuesta de este tipo. La primera cosa que sabemos de Wick (para mí un perfecto y acertadísimo Keanu Reeves, su presencia carismática e introvertida es la clave) es su recién adquirida y traumatizante viudez, y poco más sabremos de él, salvo su férreo y muy personal código ético, que le convertirá en el rara avis de esa sociedad criminal. No hay lugar para fuerzas de la ley que los persigan, ni para el mundo exterior de la gente normal, ni para seducciones a lo James Bond ni otras subtramas que nos desvíen del camino trazado.

De esta manera, el gran logro de la saga sobre “John Wick” es que no aspira a ser nada más que lo que es, puro entretenimiento (y, muy importante, con un excelente manejo de un humor muy negro), que en mi percepción lo es porque es a su vez gozo puro para mis cinéfilos ojos. No era en absoluto previsible que así fuera, porque mi umbral de paciencia antes de que me decida a cambiar de canal cuando topo con las prototípicas producciones de los Van Damme, Seagal, Jackie Chan, Dolf Lungren, Chuck Norris o ciertas cosas de Stallone y Schwarzenegger, viene a ser de entre dos a tres minutos. Sin embargo, cada regla tiene una excepción, y debo decir que en mi imaginario “John Wick” llegó para quedarse.
Quim Casals
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