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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Drama. Romance Ferdinand Griffon, alias 'Pierrot', huye de París con Marianne, la niñera que ha contratado su esposa. La pareja se dirige al sur de Francia, pero el viaje se torna muy peligroso cuando una banda de gángsters con los que Marianne está implicada, les va pisando los talones. (FILMAFFINITY)
18 de noviembre de 2023
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos hechos muy extraños y tenebrosos sucedieron en mi último encuentro con algunos ilustres colegas de Filmaffinity.

Interrogado por mi pétrea y perenne devoción por la obra de Jean-Luc Godard, que ninguno de ellos jamás compartió ni atisbó a comprender, procuré explicarla de una vez por todas lo mejor posible.

–¡Es que yo soy un místico de Godard! –argumenté con mi máximo entusiasmo–. Es como si uno está en un bosque y los rayos del sol filtrados entre las ramas crean dorados reflejos y una suave brisa mece las hojas y le besa las mejillas y un pajarillo canta... y todo eso lo percibe arrebatado como una armonía cósmica que le lleva a pronunciar: «¡He visto a Dios! ¡Esta realidad visible que me rodea me ha desvelado a su vez la invisible!».

Todos me empezaron a mirar con incipiente cara de espanto, pero proseguí impertérrito con mi exposición.

–¡Pues lo mío con Godard es exactamente lo mismo! Cuando veo "Pierrot el loco", "Banda aparte" o "Al final de la escapada" no puedo evitar exclamar: «¡He visto el Cine!». No que he visto una buena o una mala película, no buen cine o regular o gran cine, ¡sino el cine mismo! El cine como concepto, entidad abstracta, cosa mental, idea platónica. Es como un milagro, su pura e inaprehensible esencia, su invisibilidad ontológica hecha visible ante mis ojos.

–¡Basta ya! –me interrumpió Talibán dando un brinco–. ¡No podemos seguir escuchando semejantes blasfemias! Llevo toda la vida diciéndolo, Godard es el Anticine y esta herejía confirma la más terrible de mis sospechas. Estamos, amigos, ante un flagrante caso de posesión godardiana, por lo cual debemos practicar inmediatamente un exorcismo.

Sin darme tiempo a reaccionar, se abalanzaron todos al instante sobre mí. –¡Os desprecio! –chillé, al verme maniatado a traición.

–No le escuchéis ni hagáis caso de sus palabras –advirtió Gilbert–. No es él quien habla, sino el demonio de Godard que se manifiesta a través suyo. Atémoslo para que no levite.

–No será necesario –replicó sagazmente Servadac–. Recordad que la levitación solo está al alcance de los tocados por la Gracia de Tarkovski.

Aun así, no tuvieron más remedio que atarme, porque no levité pero sí que me zafé y, agarrando a Neathara y Antipseudo, los obligué durante varios minutos a bailar junto a mí la coreografía del Madison.

El ritual exorcista resultó durísimo y extenuante. Recuerdo ante todo el incesante y ensordecedor martilleo del coro de voces repitiendo sin cesar: «¡El poder de Hitchcock te obliga! ¡El poder de Hitchcock te obliga!».

Yo seguía sin embargo resistiendo con todas mis fuerzas y mi voz todavía conseguía aullar: «New York Herald Tribuuuune...»

–¿Lo veis? ¡Habla en otras lenguas! –clamó Taylor echándose las manos a la cabeza–. Es la prueba del poder inmenso de este demonio. No podremos derrotarlo.

–Tienes razón, compañero –añadió Servadac–. Solo nos queda una última posibilidad y todos sabemos cuál es. Estoy dispuesto a asumir el sacrificio para salvar el alma cinéfila de Quim.

Fue así cómo se me acercó y, sujetándome por las solapas, desesperadamente exigió: «¡Ven a mí! ¡Ven a mí!»

Un estruendo sobrehumano nos sobrecogió y todos supimos que el trasvase del demonio de Godard de mi cuerpo al suyo había tenido lugar cuando Servadac, mirándonos fijamente, recorrió con el pulgar su labio superior.

Y a nadie sorprendió que acto seguido se arrojara por la ventana.

–Ford lo acoja en su gloria –murmuró Taylor.

–Godard lo mató –apostilló con incontenible rabia Talibán, a modo de improvisado epitafio.

Afortunadamente, cuando nos asomamos descubrimos con alivio que había resultado ileso. Cayó sobre GVD, que venía de recoger unas entradas para un ciclo de Jonas Mekas en la Filmoteca y amortiguó el golpe.

No tuvimos noticias de Servadac durante largo tiempo, hasta que no hace mucho publicó una reseña en Filmaffinity donde anunciaba su despedida como crítico en la página. Sorprendido por su decisión, escribí a su pata Macarrones por si conocía los motivos.

–Oh, sí, es que ya no tiene tiempo para escribir –me aclaró–. Se ha liado con una mujer casada porque, aunque solo dos o tres cosas sabe de ella, dice que al fin y al cabo una mujer es una mujer y que ya únicamente le apetece vivir su vida.
Quim Casals
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