Media votos
6,7
Votos
4.218
Críticas
164
Listas
61
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Quim Casals:
9
5 de octubre de 2011
66 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, debo agradecer al usuario Gilbert que me regalara este DVD, lo que me ha hecho descubrir un fantástico film y un inesperado para mí gran director, Peter Ustinov. Por fortuna, no he leído aún el relato "Billy Budd", de Melville (pronto lo haré), lo que me ha permitido ver la película sin el prejuicio que inevitablemente supone tener un molde de referencia y, por tanto, pudiendo valorarla "en sí misma", como debe —o debería— ser siempre en las adaptaciones de obras literarias.
En este film claustrofóbico que parte del antagonismo entre la bondad (Billy Budd) y la maldad (el suboficial Claggart, un Robert Ryan en estado de gracia), destaca poderosísimamente la perfecta simbiosis entre el texto, lleno de reflexiones de gran calado, y la puesta en escena.
Así, el vestuario muestra siempre al suboficial con un tétrico uniforme y sombrero negros, y a Billy con camisa blanca o el torso desnudo de quién no tiene nada que ocultar. La contrastada fotografía del genial Robert Krasker ("El tercer hombre") coloca sistemáticamente a uno en el reino de la luz y al otro en el de las sombras. Un detalle magnífico es que el suboficial suele aparecer sorpresivamente en el plano, sin que le veamos llegar, exactamente igual que sucedía con la señora Danvers en "Rebeca". Visualmente, se crea una gran tensión entre los planos abigarrados y los que individualizan a los personajes, así como en el juego de picados y contrapicados (que, de manera muy original, invierten su función habitual mostrando desde arriba al que tiene un estatus dominante, y viceversa).
Es muy significativa la frase de Billy: "Adiós, Derechos del hombre" (nombre del barco del cual es reclutado a la fuerza al inicio de la historia), que encuentra su analogía en un plano del citado barco alejándose, y que, al abrirse, nos muestra a Billy en su nuevo navío. La frase culmina su materialización en la última parte de la película, donde, en un juicio que sería el reverso lóbrego del de "Doce hombres sin piedad", asistimos de una manera pocas veces más penentrante en el cine, a un intenso debate moral entre la Ley, la Justicia y la Consciencia.
(Prosigue en la zona spoiler, al contener datos esenciales del argumento)
En este film claustrofóbico que parte del antagonismo entre la bondad (Billy Budd) y la maldad (el suboficial Claggart, un Robert Ryan en estado de gracia), destaca poderosísimamente la perfecta simbiosis entre el texto, lleno de reflexiones de gran calado, y la puesta en escena.
Así, el vestuario muestra siempre al suboficial con un tétrico uniforme y sombrero negros, y a Billy con camisa blanca o el torso desnudo de quién no tiene nada que ocultar. La contrastada fotografía del genial Robert Krasker ("El tercer hombre") coloca sistemáticamente a uno en el reino de la luz y al otro en el de las sombras. Un detalle magnífico es que el suboficial suele aparecer sorpresivamente en el plano, sin que le veamos llegar, exactamente igual que sucedía con la señora Danvers en "Rebeca". Visualmente, se crea una gran tensión entre los planos abigarrados y los que individualizan a los personajes, así como en el juego de picados y contrapicados (que, de manera muy original, invierten su función habitual mostrando desde arriba al que tiene un estatus dominante, y viceversa).
Es muy significativa la frase de Billy: "Adiós, Derechos del hombre" (nombre del barco del cual es reclutado a la fuerza al inicio de la historia), que encuentra su analogía en un plano del citado barco alejándose, y que, al abrirse, nos muestra a Billy en su nuevo navío. La frase culmina su materialización en la última parte de la película, donde, en un juicio que sería el reverso lóbrego del de "Doce hombres sin piedad", asistimos de una manera pocas veces más penentrante en el cine, a un intenso debate moral entre la Ley, la Justicia y la Consciencia.
(Prosigue en la zona spoiler, al contener datos esenciales del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Para mí resulta tan portentosa la interpretación de Robert Ryan, que en el momento de su muerte media hora antes del final, por un instante pensé que el film iba a decaer inevitablemente. Por suerte, es entonces cuando Peter Ustinov interviene muy activamente en toda la excelente secuencia del juicio.
Digo suerte porqué, a diferencia de la opinión generalizada, quizás lo que menos me ha satisfecho ha sido Terence Stamp. Por un lado, por una cuestión de pura presencia. Como personaje alegórico del bien y la pureza de espíritu, en su forma de entornar los ojos y sonreír percibo mucha más ironía que inocencia (preferiría aquí, para lo que pretende transmitir, esa mirada absolutamente límpida de Henry Fonda en "El joven Licoln" o Francisco Rabal en "Nazarín"). Por otro lado, pese a una labor general muy buena, en los escasos e importantes momentos que el personaje pierde los estribos, cuando se pone nervioso al tartamudear, noto una cierta exageración en las muecas. Pienso que le pasa factura su formación teatral e inexperiencia cinematográfica, ya que todo lo que sobre un escenario debe ser a la fuerza expansivo, con el fin de llegar a toda la sala, en el cine ha de ser atenuado, ya que la pantalla, sobre todo en primer plano, todo lo magnifica, y siempre mejor cuando "menos es más".
En diversas ocasiones se remarca el carácter sacrificial y redentor de Billy (es extraordinario cuando a uno de los jueces le suplican: "Sálvale, y nos salvarás a todos") y, de hecho, dicha alegoría prácticamente crística aparece perfectamente marcada en las angulaciones antes citadas: es un personaje definido verticalmente (le vemos por primera vez subido al mástil y termina ascendiendo al ser ahorcado), en contraste con la maldad del suboficial, siempre a ras de tierra (en una de sus apariciones le detectamos precisamente por los pies).
En este sentido, el momento para mí más sobrecogedor de la película lo protagoniza Melvyn Douglas, en una escena que rima con otra anterior: cuando es llamado a testificar, deduce, por la ausencia del suboficial, que Billy lo ha matado y, poco después, cuando reúnen a la tripulación en cubierta antes de ahorcar a Billy y todos se preguntan por qué no está el suboficial, él, el único de ellos que sabe de su muerte, repite por dos veces: "¡Esta aquí!". Es una forma magistral de expresar cómo esa perversidad que percibíamos de orden individual se transmuta, metafísicamente, en la presencia absoluta del Mal.
Digo suerte porqué, a diferencia de la opinión generalizada, quizás lo que menos me ha satisfecho ha sido Terence Stamp. Por un lado, por una cuestión de pura presencia. Como personaje alegórico del bien y la pureza de espíritu, en su forma de entornar los ojos y sonreír percibo mucha más ironía que inocencia (preferiría aquí, para lo que pretende transmitir, esa mirada absolutamente límpida de Henry Fonda en "El joven Licoln" o Francisco Rabal en "Nazarín"). Por otro lado, pese a una labor general muy buena, en los escasos e importantes momentos que el personaje pierde los estribos, cuando se pone nervioso al tartamudear, noto una cierta exageración en las muecas. Pienso que le pasa factura su formación teatral e inexperiencia cinematográfica, ya que todo lo que sobre un escenario debe ser a la fuerza expansivo, con el fin de llegar a toda la sala, en el cine ha de ser atenuado, ya que la pantalla, sobre todo en primer plano, todo lo magnifica, y siempre mejor cuando "menos es más".
En diversas ocasiones se remarca el carácter sacrificial y redentor de Billy (es extraordinario cuando a uno de los jueces le suplican: "Sálvale, y nos salvarás a todos") y, de hecho, dicha alegoría prácticamente crística aparece perfectamente marcada en las angulaciones antes citadas: es un personaje definido verticalmente (le vemos por primera vez subido al mástil y termina ascendiendo al ser ahorcado), en contraste con la maldad del suboficial, siempre a ras de tierra (en una de sus apariciones le detectamos precisamente por los pies).
En este sentido, el momento para mí más sobrecogedor de la película lo protagoniza Melvyn Douglas, en una escena que rima con otra anterior: cuando es llamado a testificar, deduce, por la ausencia del suboficial, que Billy lo ha matado y, poco después, cuando reúnen a la tripulación en cubierta antes de ahorcar a Billy y todos se preguntan por qué no está el suboficial, él, el único de ellos que sabe de su muerte, repite por dos veces: "¡Esta aquí!". Es una forma magistral de expresar cómo esa perversidad que percibíamos de orden individual se transmuta, metafísicamente, en la presencia absoluta del Mal.