Vi esta película cuando me di el gran atracón de cine clásico, en los años noventa, cuando estudiaba todo el rato cosas de cine además de disfrutarlo. Ahí ya me pareció impresionante, radical y delicada a la vez, romántica y civilizadora, y también salvaje a la vez que graciosa. Me entretuve en analizarla para un trabajo de doctorado, e incluso pensé hacer la tesis sobre el tema de las distintas caras del héroe poniendo esta película como paradigma. Quedó en proyecto y pasaron los años. Pero hace poco volví a verla porque la pusieron en TCM (gracias TCM!) y entonces la emoción me invadió desde el primer minuto; no me esperaba que me fuera a afectar tanto. Asistir de nuevo al funeral de Tom Doniphon, sonando la preciosa música compuesta Cyril Mockridge, volver a ver a Ramson y Hallie, envejecidos, melancólicos, y luego, en el flashback, volver a verles jóvenes e intrépidos, luchando contra Liberty Valance y contra el no saber leer ni escribir. Cada personaje principal, cada personaje secundario, cada frase del guión, cada conflicto ético y cada conflicto amoroso son tan brillantes que la emoción de disfrutar cada minuto se vuelve una experiencia maravillosa. James Stewart representa implacablemente la fuerza de la palabra que sale de un cuerpo vulnerable, frágil, que se disloca varias veces en el relato. John Wayne representa sin embargo esa fuerza física bruta que pasa por lo simbólico a través de la flor de cactus y la construcción de un deseado hogar. Y Hallie, entre ambas fuerzas. Liberty Valance es uno de los mejores malos del cine. Y el editor del periódico, el médico, el sheriff, los esbirros de Valance, el matrimonio sueco, todos los personajes son personajes inolvidables...Pero lo más importante, lo más importante de todo, es el relato, el poso que deja, la sabiduría que transmite, la verdad que construye.