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Voto de Lucien:
9
8,2
13.035
Drama
Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
10 de abril de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Tokyo Story" es probablemente uno de los clásicos más elusivos que he tenido la fortuna de ver. Muchas máscaras hacen de él, un film difícil para el espectador.
En primer lugar, tenemos una historia en efecto lenta. No es que sea "calma", es lenta y a propósito. Ozu nos está hablando del ritmo de vida de una generación, simbolizada no sólo en la pareja de padres protagonista, sino también representada por esas embarcaciones que el humo del tren va dejando atrás.
Muchos habéis comentado el conflicto principal, el distanciamiento de los hijos hacia los padres. Sin embargo, lo llamativo de la historia es que no hay reproches, no hay emociones que explosionan...No parece pasar nada. Es más, tenemos delante uno de los ejemplos cimeros de disociación entre emoción y palabra. Lo que se dice no da cuenta de lo que se siente. La educación, la formalidad vela una y otra vez lo que realmente sucede. Todo ello frustra al espectador occidental contemporáneo, ya que la verdadera sustancia del film nunca es visible. Lo que podría formar parte de trama (el viaje, la enfermedad) es lo que no se muestra jamás. En dos horas de película, pasamos como de puntillas por todo lo que estamos deseando ver. Y nunca vemos. Y significamente eso nos deja como un poso triste en el alma, un poso lento y perenne. Una persona se va y nada pasa, y la gente sonríe y es educada y damos la gracias, y no hay a quién culpar sino a la vida misma.
(Sigue en spoiler)
En primer lugar, tenemos una historia en efecto lenta. No es que sea "calma", es lenta y a propósito. Ozu nos está hablando del ritmo de vida de una generación, simbolizada no sólo en la pareja de padres protagonista, sino también representada por esas embarcaciones que el humo del tren va dejando atrás.
Muchos habéis comentado el conflicto principal, el distanciamiento de los hijos hacia los padres. Sin embargo, lo llamativo de la historia es que no hay reproches, no hay emociones que explosionan...No parece pasar nada. Es más, tenemos delante uno de los ejemplos cimeros de disociación entre emoción y palabra. Lo que se dice no da cuenta de lo que se siente. La educación, la formalidad vela una y otra vez lo que realmente sucede. Todo ello frustra al espectador occidental contemporáneo, ya que la verdadera sustancia del film nunca es visible. Lo que podría formar parte de trama (el viaje, la enfermedad) es lo que no se muestra jamás. En dos horas de película, pasamos como de puntillas por todo lo que estamos deseando ver. Y nunca vemos. Y significamente eso nos deja como un poso triste en el alma, un poso lento y perenne. Una persona se va y nada pasa, y la gente sonríe y es educada y damos la gracias, y no hay a quién culpar sino a la vida misma.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Como bien decía Machado ("Oscura la historia y clara la pena"), la película es un haiku que dice su tristeza sin hacerse obvia. Lo hace en el canto de unos niños que crecen, en la crueldad de unos comentarios que parecen banales y nos rompen el alma, en la ropa tendida, en la vecina que proclama tu soledad con una sonrisa en los labios, en la madre que calla, en la ironía trágica del hijo que llega tarde al funeral de su madre, en el padre que llega borracho y es tratado como un trapo por su propia hija. Cuando los niños crecen, los padres estorban y nadie cuida de ellos.
La grandeza de Ozu consiste en que propone un drama cotidiano desde la aceptación. Los hijos no son criminales ni perversos. Incluso la nuera así se lo recuerda a Kyoko en el parlamento clave del filme. Perder a nuestros hijos, a nuestra pareja, siempre fue el drama de la vida. La crece, gente vela por sus intereses, se va haciendo egoísta y se va. Y nadie puede tirar una piedra al culpable, seguro de no llegar a cometer ese mismo pecado.
Ese drama se acelera con el cambio de los tiempos, con el choque entre una educación oriental tradicional y la imposición de un modelo americano. El director apunta un sinfín de detalles que hablan del Japón post-bélico y derrotado, y rubrican la invasión de occidente: el nieto que tararea la melodía de "Stagecoach" (creo), el neumático en la oficina de la nuera, un niño que aprende inglés, un Tokio que se extiende a costa de perder su alma, una jungla de máquinas, soledades, que no se detiene...
Con la invasión de occidente, el drama generacional, el abismo se abre. El modo en que el director lo filma es desde los ojos de los viejos que mueren, no desde nuestros ojos de seres habituados al ritmo de la máquina. Como en Antonioni, son los planos vacíos de vida los que hablan por sí mismos del drama de la pérdida. Es por eso por lo que el filme es estático: como fue en las ciudades pequeñas de principios del XX; como la vida de ese anciano que, solo, ve desfilar el vapor de unos barcos que se pierden en el horizonte.
La grandeza de Ozu consiste en que propone un drama cotidiano desde la aceptación. Los hijos no son criminales ni perversos. Incluso la nuera así se lo recuerda a Kyoko en el parlamento clave del filme. Perder a nuestros hijos, a nuestra pareja, siempre fue el drama de la vida. La crece, gente vela por sus intereses, se va haciendo egoísta y se va. Y nadie puede tirar una piedra al culpable, seguro de no llegar a cometer ese mismo pecado.
Ese drama se acelera con el cambio de los tiempos, con el choque entre una educación oriental tradicional y la imposición de un modelo americano. El director apunta un sinfín de detalles que hablan del Japón post-bélico y derrotado, y rubrican la invasión de occidente: el nieto que tararea la melodía de "Stagecoach" (creo), el neumático en la oficina de la nuera, un niño que aprende inglés, un Tokio que se extiende a costa de perder su alma, una jungla de máquinas, soledades, que no se detiene...
Con la invasión de occidente, el drama generacional, el abismo se abre. El modo en que el director lo filma es desde los ojos de los viejos que mueren, no desde nuestros ojos de seres habituados al ritmo de la máquina. Como en Antonioni, son los planos vacíos de vida los que hablan por sí mismos del drama de la pérdida. Es por eso por lo que el filme es estático: como fue en las ciudades pequeñas de principios del XX; como la vida de ese anciano que, solo, ve desfilar el vapor de unos barcos que se pierden en el horizonte.