Elaborado y completo drama, lleno de sencillez y cotidianidad, sobre la necesidad de afectos y la búsqueda de identidad. Alguien dijo que las ciudades se llenan de seres perdidos. Este barrio de las afueras de Madrid es un gran ejemplo. La última película de Querejeta es un acierto, que emociona y cautiva. Natural y muy humana retrata de una forma muy precisa la vida de una familia rota, que nunca ha dejado de estarlo... Frustración, rechazo, aceptación, cariño, madurez... los personajes se relacionan intentando sobrevivir su propia tormenta interior; personajes mas que reconocibles, no hace falta ir lejos para hablar de sentimientos. Todos ellos se enfrentan a un pasado que les dio la espalda, un pasado alimentado de secretos y miedo; ese miedo al que se refiere la canción de Pedro Guerra... Un reparto más que notable para dar cara a estos seres extraídos de la realidad de cada barrio; en donde una vez más destaca Adriana Ozores... Probablemente una de las mejores actrices del momento; pero también esos padres (Joaquín Climent y Damián Alcázar) que intentan de manera desesperada recuperar el hijo que nunca tuvieron. Dirección muy artesana barnizada con la excelente música de Ángel Illarramendi. Una película para llorar a gusto y mirarnos al espejo. Una historia para que todos reflexionemos en nuestra propia partida de póquer.