- La presencia del entrañable y orondo dueño de ese sanatorio de perros ajeno al control gubernamental le quita hierro al peligroso argumento. Es un recurso frecuente en el cine hollywoodiense de esa época: personaje secundario amable que ameniza la digestión de una premisa plagada de contratiempos. Se sacrifica algo de credibilidad en pos de generar una sensación agradable en el espectador. Yo lo compro.

- Se me quedó mal cuerpo con el final porque estaba convencido de que se iba poder a recuperar al perro; el cierre es abrupto y pesimista. Aunque lo entiendo, por un lado ni siquiera encuentro sentido a resignarme de por qué atacó al simpático regente si este era blanco: la semilla del odio inculcado aflora en el momento menos esperado, el destinatario de esa energía es en verdad cuestión secundaria, puede ser cualquiera, no siempre hay un patrón racional, menos si el sujeto se encuentra bajo presión. Me hizo pensar en que la conducta de las personas se rige en muchos casos por un patrón parecido: recordamos experiencias puntuales y desagradables y en función de ellas interactuamos con el mundo, prejuzgamos aquello que asimilamos con desagrado o peligro.

La película no aburre, las escenas con los perros están muy bien hechas, pero a pesar de todo lo que he comentado, hay algo que no me termina de convencer de ese brusco desenlace determinista.