Vaya espectáculo el de «Los inmortales». No conocía nada de la película excepto esa pieza magistral de «Who wants to live forever» del magistral Freddy Mercury y su magistral banda Queen.

Aquí es imperioso detenerse para alabar a este grupo y a su líder indiscutible: Freddy era, es y seguirá siendo el rey y la reina del rock. Su música es asombrosa, tan potente como delicada, tan bella como estremecedora. Como muestra esta película, donde prácticamente todo está condicionado a los acordes musicales. El principio, por ejemplo, con el «Princess of universe» sonando con fuerza casi te corta la respiración.

Russell Mulcahy, además, vuelve a demostrarnos lo importante que es la estética en el cine. La experiencia que al parecer tenía con los video clips la aplica a la dirección de esta película para conseguir una obra artística donde destaca el gusto por los detalles y una recreación constante en la imagen. Cielos electrizados, calles en penumbra, espadas en plena urbe, panorámicas a ras del suelo, escenas que salen del fondo de la pupila o peceras que se convierten en el mar van construyendo una trama de absoluta fantasía que, a mi por lo menos, me atrapa desde el primer minuto. Tampoco podemos olvidar que las tendencias de la época la marcan irremediable y positivamente: el estilo del protagonista McLeod, con gabardina y deportivas, es irrepetible.

Aunque podría haber aprovechado un poco más las posibilidades dramáticas y reflexivas que nos ofrece la idea de la inmortalidad y ese destino de destrucción al que están avocados los inmortales, así como recortar algún recuerdo que no aporta gran cosa, la película consigue ser una entretenidísima cinta de aventuras repleta de emoción, belleza y buenos propósitos.

Y si nada de esto te sirve, te queda la banda sonora para la eternidad.