De acuerdo, aquí mucho conspirar y silenciar, pero admitamos que el disimulo no está entre las virtudes de este grupo variopinto que protagoniza «Conspiración de silencio». Si es que poniendo cara de malas pulgas, amenazando, callándose con chulería, siendo borde, metiendo miedo y comportándose como alguien que tiene mucho que ocultar, ¿a quién leches pretenden engañar? Lógico que el competente John MacReedy (pero, ¿es ese su verdadero nombre?) sospeche de todo y de todos, y así les va.

Robert Ryan llena la pantalla, absolutamente, sin necesidad de nadie más. Es lo mejor de la película, con permiso de Spencer Tracy, que tiene tablas y madera, pero que a fin de cuentas vuelve a interpretar a un personaje parecido a muchos de sus anteriores. Vamos, que ellos solos, visto lo visto, podían haber hecho la historia entera, y hasta hubiera quedado más impactante y rompedor.

John Sturges nos ilusiona durante más o menos la primera media hora, porque el planteamiento promete intriga, tensión, polvo y sudor, lo que no da. No sé ni cómo, «Conspiración de silencio» se va volviendo cada vez más pesada, irrelevante, repetitiva y sin encanto. El misterio no llega a ser ni misterio, porque está más claro que el agua lo que ha pasado, y cómo se resuelven los problemas requiere de nula concentración por nuestra parte, cayendo casi en el ridículo; atención al tiroteo final, imposible tal y como está filmado.

Podría haber sido una gran obra, pero ni ella disimula sus errores, ni yo mi disgusto. Sobrevalorada.