Soy muy fan del terror, quien me siga lo sabrá. Quiero, me gusta, pasar miedo, temblar en el asiento, chillar de horror... Soy rara, vale, sí, pero lo sobrenatural me encanta y el miedo te conecta con algo intangible dentro y fuera de ti, y es una sensación que de alguna forma te revive. Así que en mi búsqueda del terror perfecto me encuentro con productos como «El bosque de los suicidios», que es una pamplina absoluta, y voy a tener que meterme en spoilers para explicar la tirria que le he cogido a la peli.

Pues bien, Sara (Natalie Dormer, que parece que siempre tiene cara de mala) decide viajar a Japón cuando su hermana gemela Jess desaparece en el bosque Aokigahara, del que cuentan espantosas historias sobre suicidios. Se supone que Sara es la hermana responsable y Jess la rebelde, pero a mí no me la dan con queso y yo me doy cuenta enseguida de que una y otra son dos petardas que van a fastidiarle la vida a los demás. Dicho y hecho, Sara entrará en el bosque por narices pese a las múltiples advertencias de que no lo haga, de que hay muchos peligros, de que su corazón no está preparado para ello. No, ella entra y, de esta forma, arrastra al periodista Aiden, que la ayudará en la búsqueda de la petarda de su hermana. A Aiden lo interpreta un guapísimo Taylor Kinney, a quien acabo de descubrir en esta película, así que la presencia de un chico guapo aumenta la tensión.

Lo que tiene un planteamiento interesante se desaprovecha recurriendo a sueños y pesadillas para rellenar minutos, los mismos repullos de siempre y un desenlace para suicidarse.

Mucho spoiler en spoiler.