¿Cómo es posible que una película tan dura posea tantísima sensibilidad? La sangre y las lágrimas corren paralelas y confundidas en esta historia de amor, fe y violencia firmada por Tony Scott.

Lo cierto es que quisiera decir muchas cosas, pero me doy cuenta de que no hallo las palabras adecuadas. Este drama de acción en un México instalado en el crimen es de una belleza, de un lirismo sentimental tan potente, tan hondo, que sólo podrá entenderse cuando se vea. Tenemos que ver la sonrisa pura de Pita, el infierno de Creasy, borracho de remordimientos; la bala que no estalla y siempre dice la verdad; el cuaderno escrito con mano infantil declarando un amor inocente y redentor; el Judas de las causas perdidas, «el cordero que se extravió»; la piscina donde liberarse y limpiarse; los recuerdos tangibles, fantasmas que nadan y se sientan a tu lado, y hasta te hablan de repente; un bautismo de sangre y de agua; una venganza que quizá Dios no perdone, un sacrificio que puede que borre todos los pecados. Eso es entre el Cielo y él.

Scott dirige a golpes, a veces demasiado desenfocado y acelerado, pero con el inspirado talento para crear una estética hipnótica, brumosa, de colores fuertes, de planos intensos, bruscos unos, delicados otros, y si quiere todo al mismo tiempo, que es ya lo nunca visto. El montaje es absolutamente perfecto, abrasador, de lo más destacable de la cinta, imponiendo un ritmo que te domina de principio a fin. El único fallo que podemos sacarle es que el guión, aunque escrito de manera formidable en su parte de intriga, se resiente justo en el plano de la venganza de Creasy, lo que se hubiera pulido si en vez de centrar su ira como un resultón ajuste de cuentas, se hubiese desarrollado para buscar a la niña. Mucho más sensato.

Sin embargo, lo que podría pasar por una reiteración de muertes destaca por la estilización de la violencia que lleva a cabo a Tony Scott. Acción de un realismo crudo y fibroso, no exento de exquisitez sanguinaria y de gusto a la hora de amputar y disparar. Tremenda la escena de la discoteca, por ejemplo, y mejor aún el intento de secuestro, que es de una carga emocional deslumbrante. Denzel Washington y Dakonta Fanning se encuentran en un estado de complicidad y brillantez que va más allá de lo descriptible, y la banda sonora, desde el techno a Debussy, pone el resto de alma a una película que posiblemente se encuentre entre las mejores de las dos décadas que llevamos de siglo y, por supuesto, del género.

«Porque en tus ojos están mis alas y esta la orilla donde me ahogo»