Sorprendida me quedo con el Oscar a mejor película para «La barrera invisible». Elia Kazan cuenta con todo mi respeto gracias a películas como «Al este del Edén» o «La ley del silencio», pero yo diría que esta obra es absolutamente menor.

Puede que en 1947 fuese necesaria en el contexto histórico en la que se hizo para al menos remover conciencias y denunciar hechos, pero sus virtudes diría que se limitan a eso, a lo fuera de lo cinematográfico. Su valor no está en la película en sí sino en su intención.

Sin embargo, tampoco es una buena película en ese terreno de las ideas. El discurso es superfluo, sensacionalista casi. Decir «pobrecitos los judíos» o mantenerse en esa postura de «entre todos podemos cambiar las cosas» en realidad es un poco infantil, muy en la línea de la mentalidad norteamericana que se complace en la libertad y la igualdad... pero entre los iguales. De ahí que se haga tanto hincapié en que los judíos son iguales que los gentiles, que no hay diferencias de ningún tipo, como si cualquier diferencia desmoronase el discurso y se quedara sin argumentos para no discriminar al otro. Este es un pensamiento que sigue en nuestros días y aunque no lo parezca es muy peligroso, porque para que haya tolerancia real tiene que haber primero diferencia. Si no, es posible que te estén contando cuentos políticamente correctos.

El guion pierde mucho tiempo en llegar al núcleo de la historia, la del reportero que se hace pasar por judío para escribir un artículo, lo que vuelve la película aburrida. Luego todo se va desenvolviendo entre lamentaciones, más o menos combativas, pero como digo sin ninguna reflexión que se salga de lo cómodo y simple.

Regularcilla.