Oscar a mejor película de 1932. Tela marinera. Para que luego digan que la Academia últimamente se equivoca mucho... No, señores, se ha equivocado mucho a lo largo de su historia. No sé cómo serán las que compitieron con «Gran Hotel» en ese año, pero dudo mucho que ninguna sea mejor que esta.

No puedo decir que haya sido una decepción, pero sí que me quedo bastante desconcertada al ver, no ya que «Gran Hotel» sea mala, sino que el público la considera buena. Sigo sin entender el criterio. No comprendo que «Gran Hotel» tenga más de un siete con esta historia coral que gira en torno a un enamoramiento que da vergüenza ajena. Coincido con una de las críticas del principio que afirma que la Garbo le daba vergüenza ajena en cada aparición, y tiene toda la razón: sobreactuada no, lo siguiente. Su personaje no es normal, no puede tomarse como romántico; está loca, no hay otra explicación. Luego está el barón-ladrón, que se la liga con un «hola, no se asuste, estaba escondido en su habitación porque cuando usted sale yo entro para ver sus cosas y aspirar su aroma»... ¡Y va ella y en vez de llamar a la policía se enamora de él! Pero..., mujer, ¿qué estás haciendo?

Este barón es el galán de los galanes, porque también está Joan Crawford por ahí enamorada hasta las trancas de él porque la invitó a bailar. Todo en veinticuatro horas. Además, hay otro personaje moribundo, patético y oprimido por el sistema capitalista con el que se pretende entablar una lucha de clases y que acaba comprando con su dinero a la chica que le gusta. El dinero da la felicidad, por supuesto que sí.

El ritmo, el guión, los diálogos, la dirección, todo falla. «Gran Hotel» aburre desde el minuto uno. Vieja, desfasada, sin lucidez. Otro clásico mediocre.