Voy a empezar a pensar que Clint Eastwood es así, tal y como él mismo se presenta en sus películas: un cínico y desvergonzado egoísta. Lo peor es que él solo se hace la pelota y se da besitos en las mejillas, como diciéndose: «que maravilloso eres».

En esta ocasión, interpreta a un periodista que te cae mal desde el primer minuto. Un tipo alcoholizado, infiel, prepotente y chulesco, cualidades de las que parece sentirse orgulloso, porque toda su pose y todo su desarrollo se encaminan a un único fin: el de que todos exclamemos convencidos lo «guay» que es Steve Everett. A mi no me lo parece.

Así, «Ejecución inminente» hubiera sido mucho mejor si en vez de ese protagonista canoso y borde, nos hubieran puesto a un tipo serio y de ciertas virtudes para que se ganara nuestra simpatía en su periplo por calles, periódicos, comisarías y culpas hacia el esclarecimiento de un crimen que puede llevar a un hombre a la muerte. Sin embargo, ese aire autocomplaciente, común en el Cine Eastwood, estropea la película.

Por el contrario, destacaría a Isaiah Washington como preso a punto de ser ejecutado. Su fe y su entereza verdaderamente conmueven, así como todo el retrato del cara a cara con la muerte de un hombre y su familia. La película funciona como denuncia, no sé si a la pena de muerte (aunque igualmente me sirve), sino sobre todo a los mecanismos de la justicia, tema altamente delicado y siempre de fuerte interés, al menos para una servidora. Tampoco puedo pasar por alto a la preciosa niña que interpreta a la hija del periodista (su verdadera hija, al parecer), una auténtica monería digna hija de su padre.

El conjunto gusta y entretiene, a pesar de un protagonista nada agradable y algunas situaciones que sobran por completo, como lo del cura de la prisión, que de verdad que no sé a qué viene, o los líos de faldas de Everett, absolutos incordios para, en definitiva, un thriller judicial bastante aceptable.