Cine desenfadado, de aventuras y llenito de carisma. Ese carisma que ni se compra ni se vende, sino que se tiene o no se tiene, y en «Maverick» el carisma nos reclama durante dos hora de evasión cinematográfica de calidad.

Al parecer Jodie Foster y Mel Gibson hicieron muy buenas migas durante el rodaje de «Maverick», y yo me lo creo sin dudarlo porque se respira un buen rollo en toda la peli, una energía, una complicidad, un tonteo (en absoluto sexual, entiéndase) que traspasa la pantalla. Quizá Richard Donner tenía esa cualidad de crear rodajes muy amistosos, o puede simplemente que los actores conectaran entre sí y el resto ya va todo rodado. Así, Mel Gibson es un tahúr, «el hombre más atractivo que he conocido» (qué esplendor de hombre, por favor), pistolero, aventurero, un poco pillo y más interesado en salvar el pellejo que en ser heroico. Es encantador, vamos. Un maravilloso Maverick que puede permitirse el lujo de ser patoso, de quedar mal, de presumir de cobarde y de refunfuñar con timidez sin que vaya en detrimento de su ego, de su valor y de su intensa masculinidad. Porque, chicos, la virilidad es esto: es Maverick. Quizá también se tenga o no se tenga, y Mel Gibson la tiene. Le acompañan en el reparto una Jodie Foster muy mona y muy simpática, Alfred Molina que hace de español pasado por México, y dos pesos pesados como James Garner y James Coburn. Buenísimo.

Realmente la historia es una especie de road-western movie, porque hay un viaje lleno de aventuras y sentido del humor en las que Maverick tendrá que conseguir el dinero que necesita para una importante competición de póquer en Luisiana, que es la trama principal aunque no lo parezca. Admítelo: tú también has intentado jugártelo todo a una carta.

Mítico.