«Zootrópolis» no es tan desastrosa como los primeros minutos nos avecinan, así que puedes verla tranquilamente y es posible que los niños la disfruten, porque ya solo por ver animalitos humanizados tan coloridos, pues les llamará la atención.

La trama es entretenida aunque, como ya es habitual, contiene una serie de clichés ideológicos que en mi opinión estropean la simple y llana trama policíaca. Comprendo que hay que enseñar a los niños a que luchen por sus sueños, a que no se limiten y a que no tengan prejuicios, pero tampoco podemos negar la realidad. Por un lado, el desprecio absoluto que se tiene a la biología es cuanto menos peligroso, pero en este mundo políticamente correcto que estamos creando nos tenemos que creer que un conejo, o una mujer por paralelismo, puede ser más fuerte que un tigre, o un hombre siguiendo con la alegoría. Por otro, aunque en relación, la importancia que se le da al voluntarismo, al simple deseo de algo, sirve para crear falsas ilusiones y distorsionar la realidad.

En el mundo de «Zootrópolis», los animales han dejado atrás sus instintos depredadores y ahora nadie se come a nadie y viven todos juntos, aunque sigue habiendo discriminación y prejuicios de unos hacia los otros. En ese contexto, la conejita Hopps hará algo sin precedentes cuando decida ser policía, una profesión donde dominan los grandes mamíferos como osos, búfalos y leones. Ese argumento de «quiero cumplir mi sueño» no solo es repetidísimo sino que me parece meter rollo, simple ideología. Sea como sea, cuando algunos ex carnívoros empiecen a atacar a la gente, tendrá que investigarlo con ayuda del zorro Nick, del que hay que decir que es quien prácticamente lleva todo el peso de la acción y las averiguaciones; si no fuera por él, Hopps no haría ni la mitad de lo que hace, lo cual nos hace pensar qué clase de feminismo es este.

En fin, pasable.