Lo primero es lo primero: todo, absolutamente todo lo que el personaje de Alex le explica a la protagonista Gigi es verdad. Y lo peor es que la muchacha se sorprende. ¡Se sorprende! Pero, en serio, ¿qué nos pasa?

«Qué les pasa a los hombres» te deja con la mandíbula desencajada y, si me apuras, con los pelos de punta ante semejante retrato de la sociedad moderna y la mujer. Y he de decir que es deprimente. A diferencia de los varones, las féminas de esta película están en un peligroso estado de desesperación. Ya sea por encontrar un hombre, por retenerlo o por casarse con él, todas están desesperadas, descontentas, insatisfechas y, en algunos casos, idiotizadas. De alguna manera, vienen a echarle la culpa a ellos, pero más bien son ellas las que no distinguen (ni comprenden, ni saben) las señales que los hombres le lanzan, y así se estrellan una y otra vez, una y otra vez, frustradas.

En el desenlace, más o menos previsible, se le da la vuelta a todo y lo que parecía una crítica a determinados comportamientos masculinos y femeninos se convierte en una reafirmación de esas mismas ideas. Así, los hombres seguirán engañando, usando, manipulando, traicionando y despreciando a las mujeres, pero, ¡ah, no pierdas la esperanza!, que algún día, a lo mejor, en algún momento, encontrarás a un hombre que se enamore de ti. Y tú, mientras, habrás tenido que tragar, humillarte, denigrarte, hacer el ridículo, desesperarte y ceder ante cualquier caballero que se cruce por tu camino y que, hipotéticamente, pueda ser ese hombre. Ánimo, y al toro.

Destaca en la película su cantidad de caras guapas, aunque a mi ninguno de ellos me gusta; de hecho, el más atractivo resulta ser el menos conocido: Justin Long y su Alex, auténtica voz de la conciencia de nosotras y de vosotros. En el apartado femenino, sobresale Scarlett Johansson, más guapa que nunca, y eso con el permiso de una Jennifer Connelly que rozaba los cuarenta, con un discretísimo maquillaje, un peinado nada favorecedor y una delgadez que es preocupante. Yo estoy convencida de que la afean a conciencia porque es que si no, su trama no tendría sentido (y ya cuesta encontrárselo) y haría demasiada sombra a las otras estrellitas más de moda.

Pasable, en definitiva, con un optimismo engañoso, pero tremendamente didáctica y hasta divertida por momentos. Muy bueno el epílogo con la cámara casera, por cierto.