Y de esta manera, dice Turboman, conservarás a tus amigos. Supongo que también a tu hijo o a tu mujer. Si no, que se lo digan a este padre nunca tan desesperado por comprar un simple y material juguete de moda como regalo navideño. Parece sencillo, ¿no? Pues es toda una odisea.

Una odisea desternillante, divertidísima, alegre, ágil, ingeniosa y respetuosa con todo y con todos. La Navidad mostrada con un toque de cinismo en medio de golpes, persecuciones, estafas y padres que se convierten en enemigos inesperados capaces de hacer cualquier perrería para conseguir la felicidad de su retoño. Así, te ríes que da gusto, y como es eso lo que «Un padre en apuros» pretende, la película funciona: funciona con su aire de dibujo animado, con su ritmo imparable, con sus personajes carismáticos, entre ellos el cartero loco; con sus Papá Noel mafiosos, las bombas, los tigres rosa que nadie soporta, los vecinos pedantes, los centros comerciales convertidos en junglas, los renos de nombre humano y las peleas de Schwarzenegger, no ya para salvar el mundo, sino para quedarse con el muñeco Turboman.

Eso en el plano humorístico, porque más allá de esto nos queda una película de valores conservadores que defiende el verdadero espíritu navideño: el amor y no la tarjeta de crédito. De ahí el precioso desenlace a cargo de un pequeño Jamie que realmente me emocionó. Bueno, luego está el otro desenlace, que volvió a arrancarme lágrimas de risa.

La nota de FilmAffinity me parece un insulto, así de claro. Pero así va el mundo. Así nos va.