Pero eso ya lo sabemos. Que el mundo está lleno de injusticias, violencia y crueldad, también. De hecho, lo hemos sabido siempre, y siempre se ha combatido de una manera o de otra. Es más: hay miles de películas, tratados, libros y creencias que hacen hincapié en ello. Entonces, ¿qué tiene «Seven» que tanto entusiasma? No lo sé, para mi es un fenómeno incomprensible más.

Si es que lo malo no es que la idea no sea novedosa, sino cómo se plasma: de una forma pobre y suavísima. Sí, suavísima: que salgan un montón de crímenes, a cual más repugnante, mientras los personajes ponen cara de circunstancias no significa que el tema del mal y del pecado se muestre con coherencia, profundidad, intensidad, oscuridad, reflexión y hasta desesperación; porque imagino que algo de rabia o de ansiedad deberían sentir esos dos detectives que no transmiten nada pero, eso sí, leen mucho. Vaya investigación, madre.

Encima, para aumentar toda esta pobreza, nos encontramos con un asesino sin nada de carisma y bastante pedante que, aun siendo muy inteligente (y con la fortuna de su parte), es de lo más simple. Lo asombroso es que tanto Somerset como Mills se queden con la boca abierta ante las chorradas de manual que les explica el psicópata: pecar para erradicar el pecado. Brillante, oye, brillante. ¡Que enseñanzas!

Como virtudes que justifican mi aprobado, pues el simple género de thriller que entretiene aún a su pesar; un ambiente interesante, apagado y triste; los actores, y un final forzado al extremo que personalmente no me gusta, pero que da un giro de cierto suspense a la trama.

Que generosa estoy siendo.