A la espera de leerme cuanto antes el relato original de Ernest Hemingway, esta extensión-adaptación de Robert Siodmak es una muestra de bonito cine negro que, pese a sus evidentes licencias e irregularidades, consigue salir del paso por ese encanto que tiene el género.

Diferenciemos antes que nada entre la trama y el guión, por así decirlo. «Forajidos» cuenta con un muy creíble enredo de amores, delincuentes, robos, traiciones y asesinatos que se va desvelando a través del agente de seguros Rioardan, pero si nos fijamos en la investigación en sí, veremos fácilmente que algunas piezas comienzan a ser menos creíbles. Lo bien dirigida que está la secuencia inicial no puede ocultar el hecho de que los propios asesinos, tan profesionales que se les supone, se delatan ellos solos sin razón; que un moribundo se ponga a delirar, de la forma más coherente y entendible que podamos suponer, la parte de historia que conviene para el guión, es una licencia enorme de credulidad; o incluso que la relación entre El Sueco y Kitty tenga tan pocos minutos, que nos quedamos sin saber qué ha ocurrido exactamente entre ellos para que venga él y la salve de la cárcel sin preguntarle siquiera cómo leches la chiquilla se ha metido en ese lío. A ver, se puede estar enamorado, pero ¿ser así de absurdo?

Bueno, quizá es que tener al lado a la implacable Ava Gardner nubla todo sentido racional. Eso me lo creo. Joven y hermosa, esta Ava de negro y con pamela inclinada es una tentación demasiado deliciosa para que la moral, la ética o la dignidad entren en juego. El guapo Burt Lancaster es la víctima que amará y perderá, más justificado que nunca si se pierde o se muere por ti, Ava. Que pareja tan atractiva, por favor.

Así, «Forajidos» resulta una película de ambiente cargado y triste que ayuda a saborearla mejor. Ni muchos menos brillante, pero discretamente aceptable.